Mañana espléndida de este incipiente otoño. Los robles, chopos, retamas y espinos lucen ya los ocres y amarillos en el aire limpio de La Carballeda y los castaños exiben orgullosos sus pellizos bien llenos.

Nada indica en la carretera 525 el desvío a Sandín que nos lleva por el muro de la misma presa hasta este pueblo tranquilo entre una naturaleza exuberante y bellísima que hace 50 años sufrió el zarpazo de un embalse. Hoy todo es paz y luz.

Francisco, sentado en los restos de una pared en la puerta de su casa, charla plácida y amigablemente con dos de sus escasos vecinos. Nuestro saludo es cordial, familiar, como si nos conociéramos de toda la vida, el saludo de los buenos hombres de la tierra.

La palabra Ribadelago fue la llave que abrió la caja de los recuerdos y transformó la charla mañanera en un coloquio de amigos unidos por un destino, por una historia con finales muy distintos, afortunadamente para los habitantes de Sandín.

-Ribadelago -dice moviendo un poco la cabeza - yo estuve allí varias veces. Aquello fue una desgracia muy grande. Una vez fuimos por donde bajó el agua hasta la presa rota. En los "pocicos" cogimos a mano unas truchas muy ricas, pequeñas pero muy ricas. Me llamó la atención cómo quedaron aquellas peñas, limpias, ni un canto, había. Con qué fuerza arrastró aquella tromba todo lo que podía arrancar"

Pero hoy el objetivo era Sandín y lo traigo a él.

-¿Y ustedes cómo vivieron la inundación y el tránsito?

Francisco, muy tranquilo, narra sus vivencias, que son la historia de aquel acontecimiento que de alguna manera también terminó con el pueblo y con un estilo de vida y marcó el antes y el comienzo del después. Pero sin coste de vidas, sin trombas agresivas, lentamente. Se dejó llenar el valle e inundar una parte del pueblo. No hubo violencia.

-Nací en el año 42, y siendo niño vi cómo unos hombres andaban por aquí midiendo y poniendo unas banderas blancas a modo de señales en algunos puntos del monte cercano. Entonces supimos que se iba a hacer un salto, que había un proyecto y que afectaría a nuestro pueblo. Después se quedó parado y durante muchos años no supimos nada más de ese tema.

Cuando volví de la mili me dijeron que se iba a empezar la presa, así que decidí quedarme a ver qué pasaba. Poco después, un día que estaba con las vacas en esa zona oí un ruido de una máquina taladradora. Yo no había visto nunca ninguna. Fui andando en la dirección del ruido hasta encontrarla. Estaban ya trabajando cerca de los molinos de Palazuelo, y le pregunté al capataz:

-Qué ¿Ya empiezan el salto? y él me dijo que sí.

-¿Y yo puedo trabajar aquí? Claro que sí - me contestó- Venga mañana mismo si quiere.

Al día siguiente fui, me tomaron los datos y me afiliaron. Trabajé en la presa los tres años que duró, desde finales del 65 hasta febrero del 69. Los sueldos eran bajos, pero estuve bien. Por la noche se trabajaba pocas horas porque el cemento y el hormigón fraguaban mal con el frío. Se cobraba poco pero el trabajo era muy llevadero y estaba muy cerca; como quien dice en casa. La presa en un principio tuvo un proyecto distinto, se iba a construir un túnel que iba a salir a Cernadilla, donde se ubicaría la central, pero luego otro ingeniero lo cambió y se hizo esta.

Está muy bien hecha, lleva mucho hierro y la construcción estuvo muy vigilada, se hizo con mucho rigor, había pasado lo de Ribadelago y esa triste experiencia sirvió para que se tuviera más cuidado, para que las cosas cambiaran a mejor. No se escatimó en cemento, que se traía de Palencia. El otro material para el hormigón- grava, jogas , arena- se sacaba del río. En eso fue pionera, en el aprovechamiento del material del propio lugar, aquí había mucho.

Para hacerla se desvió el río Tera por un túnel que se abrió aquí arriba y cuando se terminaron las obras el túnel se cerró y el río volvió a su sitio.

Nos dijeron que el embalse tardaría en llenarse tres años pero cuando se terminó la presa en el mes de febrero empezó a llover y durante tres meses no paró, así que eso fue lo que tardó, tres meses. Todo se precipitó, fue rápido. Íbamos a por repollos un día a una tierra y al siguiente ya no podíamos coger más porque el agua los había cubierto todos. En el mes de junio estaba completamente lleno.

El embalse enterró lo mejor del pueblo: el valle y la parte más importante y más poblada: Iglesia, escuela, viviendas, los cuatro bares que había y las mejores tierras. Éramos cerca de 400 habitantes de los que se fueron más de la mitad. Muchos vecinos cobraron "la salida", unas 100.000 pesetas y marcharon a buscar su vida en Madrid y otros sitios. También ofrecieron casa en Santa Croya y en la zona de Santa Marta, creo, pero nadie se fue allí.

No nos trataron bien, pagaron muy poco.

Y qué podíamos hacer? Con nosotros no contaron, ya ves cómo nos enteramos. Te lo imponían y ya está.

Antes aquí había mucha vida, había muchas vacas y ovejas, pero poco a poco fue desapareciendo todo el ganado también. Ahora, en invierno, quedamos aquí veinte personas.

Francisco no se altera en ningún momento, trasmite esa tranquilidad, esa serenidad del hombre sanabrés resignado, feliz en su pueblo, del que no ha querido salir y ve pasar el tiempo con esa mirada de resignación de los personajes de Azorín :

- Lo nuestro no fue traumático porque lo vivimos lentamente, lo supimos mucho tiempo antes y pudimos asimilarlo, aceptarlo, con disgusto, con pena, pero sin amargura. Nosotros, de alguna manera, estábamos preparados.

Lo de Ribadelago fue otra cosa. Aquello se hizo mal, nadie vigilaba -murmura.

¿Por qué se tardó tantos años en ejecutar la presa de Sandín?

En los dos proyectos de los años 40 , el de Ideam S.A y el de Saltos del Duero S.A, Sandín formaba parte de un complejo salto de túneles y presas que partiendo del Lago, donde se construiría la primera, que inundaría por completo lo que había quedado de Ribadelago, cruzaba Sanabria y se cerraría más allá de Cernadilla. Cuando se había realizado la concesión y las obras estaban empezando, en enero del 59 ocurrió la tragedia provocada por la presa de Moncabril; la destrucción que produjo, la oposición de gran número de españoles y un fallo que se cometió por falta de coordinación entre las administraciones en la gestión del nuevo pueblo, hizo que la concesión de esa ingente obra se revocara y se abandonara definitivamente a petición del Patronato del Lago de Sanabria presidido por el director general de Bellas Artes. El acuerdo para emprender las medidas oportunas para conseguir esta revocación se tomó en una reunión el día 14 de abril de 1964.

Unos años después cuando los ecos de la gran tragedia se habían apaciguado un poco, se retomó el proyecto pero ya solo el embalse y la central de Sandín y Cernadilla con mucho menor impacto, causando menor daño. El final de su historia está estrechamente unido a la desgracia de Ribadelago. Y que hoy Sanabria siga siendo un paraíso con el más hermoso Lago también se debe a la tragedia. Es la parte positiva de la inmolación y el horror de Ribadelago.

Me despido de Francisco, con quien podría estar hablando muchas horas porque la empatía es completa y tenemos en común algo muy importante: nuestras vidas están unidas por un hilo de nostalgia? ambos tuvimos un pueblo lleno de vida, que luego por voluntad de los hombres mutó en otra cosa. Pero siento sosiego y contento por él y por sus vecinos, porque lo hayan superado aunque sea con aceptación obligada, y con esa resignación azoriniana. Vive en paz, tranquilamente, en la puerta de su casa de siempre charla con sus escasos vecinos y con los que vienen a veces; como antes, como siempre y convive con ese embalse que está ahí mismo a sus pies, sin resentimiento a pesar del zarpazo que infirió a su pueblo, sin dolor. Me sobrecoge su gesto sereno.

Al salir del pueblo y antes de llegar a la carretera, desde la coronación de la presa por donde hay que volver a pasar, me detengo un instante y miro el embalse, su bajo nivel de agua deja al descubierto en esta mañana soleada, los esqueletos de algunas edificaciones, de árboles, y tierra amarillenta y seca que hace cincuenta años eran huertos fértiles llenos de vida; hoy retienen agua de nuestro Tera que se convierte en fuerza motriz para iluminar las ciudades cuyos habitantes pocas veces piensan y se preguntan de dónde viene esa luz. En mi mente esas palabras de Llamazares :"Nadie que no haya vivido esto se imagina cuánto dolor y desolación se esconde bajo estos cementerios de agua".

En el viaje a Madrid voy acompañada, ora a la derecha, ora a la izquierda por las torretas, tan conocidas para mí, que transportan desde la central de Moncabril la corriente de alta tensión hasta la capital de España, y por tantas otras, alguna de las cuales inician su camino en esta central de Cernadilla.

¡Hay que ver, pienso, qué generosidad la de nuestra provincia!