Igual que hizo su padre el rey cuando vio que su estatus se ponía en riesgo porque en Cataluña querían proclamar una República, a la princesa Leonor le eligieron para su debut en público la lectura del título preliminar de la Constitución que acaba diciendo que España es una Monarquía parlamentaria, y en consecuencia ella es la heredera del reino salvo que tenga un hermanito varón, que pasaría a ser rey salvo que se reforme el texto constitucional.

Supongo que la elección del artículo la han hecho otras personas, porque la princesa es muy pequeña para poder valorar por sí misma estos asuntos de carácter político. Aunque sus trece años recién cumplidos sí le han permitido leer correctamente y en público como les pasa a la mayoría de los niños y niñas de su edad. Algo que ha sido valorado por algunos súbditos como si tuviera una preparación excepcional.

Sin embargo no es así. Desde hace años los niños y niñas de Primaria leen desde el primer curso -con seis o siete años- el mismo texto en la escuela. Pero lo leen íntegro, incluyendo los capítulos de los derechos sociales: al trabajo, a la vivienda, a la sanidad, a la educación, al medio ambiente, a la pensión?

También leen lo de la Monarquía parlamentaria, pero eso hay que explicárselo mucho. Porque a la pregunta habitual sobre quién manda en España, incluso en los primeros cursos de la ESO, una gran mayoría responde que manda el rey o el presidente del gobierno. Y tienen razón, pero como sabemos todos, la Constitución dice que manda el pueblo español, tal y como también leyó la princesa, aunque dicho para que no se entienda: "La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado."

Aunque la princesa no sea responsable de este hecho -y pese a que la escena resultara tan tierna como cuando nuestros hijos actúan en público y acaban con una sonrisa de satisfacción de ellos, otra de admiración de sus padres, y un gesto de alivio de todos- la Corona de España ha perdido una gran oportunidad de acercarse al pueblo.

Si en lugar de las dos últimas palabras pronunciadas, Monarquía parlamentaria, hubiera finalizado diciendo algo así como que "todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo, y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia"? ¡Otro gallo cantaría! más rojo y menos negro.

Para la envejecida población zamorana podría haber finalizado diciendo que "los poderes públicos garantizarán, mediante pensiones adecuadas y periódicamente actualizadas, la suficiencia económica a los ciudadanos durante la tercera edad"; para las plataformas de la sanidad, que "se reconoce el derecho a la protección de la salud"; para los pueblos que se oponen a las macrogranjas, que "los poderes públicos velarán por la utilización racional de todos los recursos naturales, con el fin de proteger y mejorar la calidad de la vida y defender y restaurar el medio ambiente"; para las provincias pobres como Zamora, que "los poderes públicos promoverán las condiciones favorables para el progreso social y económico y para una distribución de la renta regional y personal más equitativa". Para todos: "Todos tienen el derecho a la educación".

De esta manera, como en el cuento del Príncipe Feliz, la princesa hubiera demostrado que conoce los problemas de las personas que viven en su reino, y hubiera llorado en lugar de sonreír. Como los niños que a su misma edad ya se educan en la calle, y que con trece años quizá no sepan leer ni hablar en público ni qué es la Constitución, pero saben sobrevivir en un mundo en el que las palabras "monarquía parlamentaria" no se necesitan para sobrevivir.

Y que por ello tendrán que luchar para que la Constitución sea, más que una forma de gobierno, una lucha por la defensa de los derechos sociales del pueblo "del que emanan los poderes del Estado."

La princesa no ha tenido su mejor debut entre el pueblo español. Pero quizás no haya estado mal asesorada: porque si en lugar de defender su futuro como reina hubiera defendido el futuro de su pueblo, muchos lo hubieran considerado un sarcasmo. Y peor sería aún si la han utilizado para lavar la cara a la monarquía con su sonrisa.