El cerebro hace que no prestemos atención a nuestros pasos para poder oír otras cosas del ambiente. Es decir, que atendemos la paja en el oído ajeno, pero no oímos la viga en el propio.

Los pasos se han vuelto tema de debate. El tacón y su ruido empoderan en el día a día. "Cabeza alta y taconazo", repiten las revistas de moda que ilusionan a las mujeres y, a la vez, las frustran. El músico Héctor Tuya cuenta su relación con la música en su infancia a partir del efecto que le producía el ritmo de los tacones de su madre al llegar a casa, cuando estaba preparado para dormir.

En sentido contrario, gracias a la expresión pública del miedo de las mujeres, también nos enteramos de que muchos hombres cruzan de acera para no parecer una amenaza a las que vuelven tarde y solas a casa.

En el "miedo de pasos" -ese miedo de vuelta- inquieta más el silencio que el ruido. El lugar más silencioso del mundo está en Minneapolis, Estados Unidos, pero hay otro similar en Canfranc, bajo los Pirineos. Se trata de habitaciones -técnicamente cámara anecoica o anecoide- que se acercan al silencio absoluto. Absorben todo el ruido de fuera, no tienen reverberación. La NASA sumerge a sus astronautas en grandes contenedores de agua allí para cronometrar cuándo empiezan a tener alucinaciones.

Nadie ha resistido más de 45 minutos porque los latidos del corazón y los ruidos de los pulmones y el estómago desconciertan. El oído -que sigue funcionando- convierte el propio corazón en unos pasos en la noche que se acercan y, por la retroalimentación que produce la ansiedad, te pueden perseguir hasta la muerte, aunque no te puedan dar alcance. El miedo es un loco de atar que está libre y al que no conviene dar facilidades.