El evangelista Marcos sitúa esta escena en Jericó, un lugar concreto, y también con unos personajes concretos: Jesús y el ciego Bartimeo. Es bueno situar la escena para entender que lo que va a suceder es algo real, aunque la enseñanza que transmite sirve para todos.

Tal como se nos describe el ciego era un mendigo, excluido de la sociedad, está al borde del camino y además vive de limosna. No cuenta para nadie, su ceguera física le ha excluido del mundo.

El encuentro con Jesús le cambia la vida de forma radical. El ciego le pide a Jesús que le haga ver, que le devuelva la vista, no le pide limosna. Ya no quiere despertar compasión y vivir a costa de los demás sino ser restablecido en sus capacidades humanas. Sabe que solo el Señor puede hacer algo importante por él. Jesús le llama y, viendo la fe de aquel hombre, le devuelve la vista y lo que es más importante, la dignidad. Él que estaba excluido, al borde del camino y viviendo de limosna, recobra la vista y sigue al Señor por el camino, se reintegra socialmente.

Hoy nuestro mundo vive una especie de ceguera ambiental, como una niebla baja que impide ver lo bueno, resaltar los valores que dignifican a las persona, y se pretende esconder el evangelio que aparece como una bruma del pasado. Necesitamos ver, pero no solo con los ojos, sino con el corazón. Tenemos que tener una mirada clara y amplia que nos libere de nuestras cegueras y que nos ayude a ver las tinieblas de los otros.

Esta es la curación que necesitamos hoy los cristianos. El salto cualitativo que puede cambiarnos, convertirnos al Señor. Si cambia nuestro modo de mirar a Jesús, si leemos su Evangelio con ojos nuevos, si captamos la originalidad de su mensaje y nos apasionamos con su proyecto de un mundo más humano, la fuerza de Jesús nos arrastrará.

Nuestras comunidades conocerán la alegría de vivir siguiéndolo de cerca.

Hoy necesitamos estar atentos a los gritos, y también a los silencios, de los necesitados y excluidos, como lo hizo Jesús con Bartimeo. Tenemos que acoger y acompañar a los que están al borde del camino y son descartados por la sociedad. Tenemos que ir más allá de la ayuda material, tenemos que acoger al otro como a un hermano que Dios pone en nuestro camino y hacer lo posible para que recupere su dignidad. Dios no permite que un hijo suyo pierda la dignidad que Él le ha dado y por eso si no ayudamos al que la ha perdido, nos lo reprochará.