Ver a Rodrigo Rato, el exitoso vicepresidente económico de los ocho años de Aznar, luego director general del FMI, entrar en la cárcel por seguir permitiendo el mal uso de las tarjetas black de Caja Madrid -sólo el primero de los juicios que afronta- ha sido chocante. Al menos para mi que -como periodista- le traté con cierta regularidad en los últimos años del gobierno de Felipe González y en el primer mandato de Aznar.

Rato era, sin duda, el más abierto y más interesado en la realidad europea, de aquel equipo del PP. Nacido en una familia rica, quizás no era un gran economista, pero era simpático, tenía sentido común e instinto político, sabía digerir informes y -con la ayuda de la coyuntura mundial- sus medidas de liberalización fueron exitosas y la economía española volvió a crecer.

¿Cómo este triunfador ha acabado en la cárcel? Más allá de los tópicos -la codicia, la corrupción-, Rato creía, como la mayoría de la prensa y de la opinión informada, que sería el sucesor de Aznar en el caso de que el líder del PP decidiera retirarse. No fue así. Mayor Oreja no lo podía ser, no era pura sangre del PP y tuvo el resbalón vasco y Aznar no podía imponer a Ángel Acebes -quizás su preferido porque sería un discípulo fiel- pues su autoridad sin límites cayó tras la guerra de Irak. Aznar desconfiaba de Rato porque tenía personalidad y criterio y sabía que volaría por cuenta propia. Al final optó por Rajoy, el eficiente y discreto defensa central que creyó que sería más dúctil.

Creo que Rato, con gran vocación política, no supo digerir aquel fracaso que truncaba su ambición. Marchó al FMI -un magnífico premio de consolación-, pero no se encontró bien. Para un señorito del elegante barrio de Salamanca, Washington es una ciudad aburrida -sin tascas y gente en la calle- comparada con Madrid. En uno de sus primeros -y abundantes- viajes a la capital de España se dejó fotografiar en la calle escuchando a alguien -supongo que Rajoy- que hablaba desde el balcón de Génova. No supo concentrarse en su relevante cargo internacional.

Luego dimitió por sorpresa -dejando mal a España- del FMI y pidió a Rajoy la presidencia de Caja Madrid frente al candidato de Esperanza Aguirre, el hoy encausado Ignacio González. Entonces un importante banquero me confesó que no lo entendía. ¿Por qué Caja Madrid, un avispero con problemas, cuándo con los consejos de Lazard, Banco de Santander y la Caixa, tenía garantizado un buen vivir con más tranquilidad?

Quizás era que Rato arrastraba la herida del poder. Quería seguir siendo una autoridad con mando visible -la presidencia de la poderosa caja que luego sería Bankia- y, como compensación a no ser el número uno de España, acumular riqueza. Algo distinto a estar bien pagado.

Fue un político inteligente que soñaba con, desde la Moncloa, ser el líder de una derecha más moderna y centrista que la de Aznar. El jueves pedía perdón a la sociedad un minuto antes de entrar en la cárcel. Triste.