En aquel antiguo, bello y remoto País, situado en la periferia de la ecúmene celta, el lento final de la edad de los metales era una amenaza, y la posibilidad de resurgir venía lastrada tanto por las reyertas entre sus poblados, sin que los gobernantes lograran poner paz, como por una espesa burocracia, en la que morían no pocas iniciativas. Entonces los notables idearon (replicando un modelo pensado para otros contextos) una especie de tabla redonda de los caudillos de los poblados, apoyada por una nueva burocracia pero sin desmontar la de los poblados ni la del País. Todo el mundo aplaudió esta enésima fuga hacia adelante, pero sólo sirvió para que las disputas se trasladaran a la mesa redonda de marras, sin que cada caudillo local cediera un ápice de poder, mientras la aparición de un nuevo escalón en la burocracia acabaría de hartar a foráneos y naturales con ganas de hacer algo.