En el mundo en cinemascope del PP, España puede convertirse en la California de Europa, pero la realidad parece apuntar por desgracia en otra dirección. Leíamos hace unos días en la prensa que un millón de personas con estudios superiores están en riesgo de pobreza: 320.000 más que hace diez años. Y si a los titulados superiores se les suman los que han cursado bachillerato o formación profesional, la cifra de personas en situación vulnerable alcanza al 21,6 por ciento de la población.

Todos conocemos a personas que han acabado sus estudios universitarios y que, si encuentran trabajo, es en oficios que nada tienen que ver con aquello para lo que se formaron. Trabajo, esto es, precario, con contratos basura que les permiten en el mejor de los casos ir tirando, pero sin la mínima esperanza de que un día puedan disponer de medios suficientes para sustentar a una familia. Hay titulados universitarios que se cansan de enviar currículos a todo tipo de empresas sin obtener siquiera una respuesta, aunque ésta sea negativa. En mis estancias fuera de España he conocido a jóvenes ingenieros, arquitectos, químicos, médicos y otros profesionales que, desesperados por ese silencio, decidieron un día hacer las maletas. Pocos se han arrepentido porque las empresas respondían a sus currículos y más pronto que tarde lograron encontrar trabajo en su especialidad, trabajo además, en la mayoría de los casos, suficientemente remunerado.

Se trata de una constante fuga de talentos como las que han conocido y siguen conociendo tantos países en vías de desarrollo, pero que ahora nos afecta a nosotros también de lleno. Universitarios formados con el dinero de todos, pero de cuyos conocimientos se aprovecharán luego otros.

"Son las leyes del mercado", dirán nuestros neoliberales a la violeta para justificar su inacción frente a tal estado de cosas.

España, ¿la California de Europa?. Y nosotros, ¿poniendo los camareros? Eso sí, universitarios y con inglés gracias a la enseñanza bilingüe.