En plena temporada de vendimia, procede hablar un poco del vino ya que esta bebida ancestral, entre sus virtudes (o defectos), se encuentra la de soltar la lengua. La nuestra, el castellano, fue acunada y fermentada en tierras donde el vino es el rey del campo, como el niño pequeño reina en la casa recibiendo todo tipo de cuidados. Me refiero a la Rioja donde el vino reina también y desde antaño fue creciendo su cultivo a la par que el castellano. Ese idioma en pañales (como a "Marcelino pan y vino") lo empezó a mimar un fraile de aquellas tierras llamado Gonzalo de Berceo, por cuyos servicios sólo pedía un trago, en lenguaje castellano primitivo:

"Qiero facer una prosa en romanz paladino, en qal suele el pueblo fablar con so vezino, ca non so tan letrado por fer otro latino bien valdrá commo creo, un vaso de bon vino".

Para don Antonio Machado, Berceo era el primer poeta. Y siguiendo con buenos escritores que labraron el idioma de tantos millones de hablantes, Fray Luis de León es otro que injertó calidad y sabor al español con su pluma refinada y erudita desde Salamanca. Viene a cuento sobre todo su Libro en prosa : "De los nombres de Cristo" cuyo comienzo lo sitúa en una reunión de tres amigos en el frondoso paraje salmantino de La Flecha, hoy conocido como el huerto de Fray Luis. Este marco apacible es el telón de fondo donde empieza una conversación que, con el pretexto de un papel expropiado a un amigo, deriva en una larga disquisición sobre los nombres de Cristo, explícitos o prefigurados en la Biblia, entre los cuales elijo aquí: León y Cordero, Puerta y Camino, Pastor, Vid y Pimpollo, etc.

El libro es una de esas lecturas que uno aborda con el mismo ansia de encontrar belleza como la que le impulsa a emprender un viaje y contemplar paisajes y monumentos que han estado aguardando a mostrarse a tus ojos peregrinos. Ya conté el viaje reciente a Heidelberg (Alemania) y la visita realizada al castillo-palacio que domina la colina de la ciudad, donde nos sorprendió, entre otras curiosidades, la enorme cuba capaz de contener varios camiones cisterna de vino.

Quedaba otra sorpresa digna de mencionar. En las pocas salas rehabilitadas de dicho castillo se ubica el museo de las farmacias de la región, con un extenso muestrario de la farmacopea antigua y mucho de lo que por lo general se oculta en la rebotica: probetas, matraces, frascos, tubos de ensayo, tarros, etc. La diversidad de envases y utillaje farmacéutico despierta tanta curiosidad que la gente pasa de largo ante un cuadro de pintura modesta pero muy significativo en dicho espacio museístico. Se trata de un pequeño lienzo con la imagen de Cristo sosteniendo una balanza de precisión utilizada para medir proporción y peso adecuado de compuestos y remedios que antiguamente se preparaban en las farmacias. En la parte inferior del cuadro hay un cáliz sobre el que posa una hostia resplandeciente.

El mensaje queda claro: Cristo sanador, o sea farmacéutico, y al uso antiguo: boticario. Este nombre del Señor no lo comenta Fray Luis, al que no se le olvida citar el versículo evangélico donde queda bien clara la vinculación sanadora a través del vino: " Yo soy la vid, vosotros los sarmientos...". Es probable que el ocurrente oficio de Jesús, plasmado en el cuadro, fuese idea de alguna monja o fraile, de cuyo convento provendrían parte de los objetos de farmacia expuestos. Aunque en el Evangelio se narran milagros, sólo uno relata la preparación del prodigio: Jesús aplica en los ojos de un ciego un ungüento compuesto de su saliva y barro. Cristo-boticario, como Cristo-cocinero, al decir de Santa Teresa, que lo sentía presente entre los pucheros.

Muchos son los nombres de Jesús, si añadimos a los de la Biblia -que con bella retórica renacentista comenta Fray Luis- los atribuidos por la piedad popular. También el vino tiene nombres imposibles de contar, aunque los hay, y muy buenos, que rezuman ese sabor, entre religioso y elevado, para dar justicia al nombre que llevan. No soy experto en vinos pero me apaño; ayer tomé un albariño divino de nombre "Agnus Dei". Escribo estas letras en domingo y por ser día santo he descorchado un "Gran Colegiata" de Toro. Por la tarde vendrán unos amigos que me van a pedir un "Lacrima Christi", de Oporto.

Todo es santo y bueno, mientras no sea en exceso, y con moderación, por lo que damos gracias a Dios y brindamos y hablamos entretenidos, como los protagonistas del Libro de Fray Luis.