Con su verdad, esta frase me impactó y me hizo atender concienzudamente nuestra conversación. La pronunció mi hija casi en el principio de una larga charla que mantuvimos, después de andar por la Puerta del Sol de Madrid, mientras esperábamos en casa la hora de la comida familiar. Tenía razón mi hija y la nostalgia nos invadió para dedicar un rato largo recordando cómo era la localidad santanderina en los primeros años de nuestros veraneos, en los que cambiábamos nuestra residencia de Baeza por la costa cántabra. Hablábamos del Laredo del año 1973, comienzo de la que sigue siendo nuestra morada de vacaciones, con el intermedio de diez años, más o menos, en la mediterránea Benidorm, animada hasta la saciedad, y tres o cuatro visitas a localidades de Portugal, Cataluña Galicia y una pequeña ciudad de la parte central de Navarra. Tantos años de estancia veraniega nos ha hecho conocer la villa que fue lugar de llegada o partida, con breves permanencias, de personajes reales cuando España era la señora del mundo conocido.

Nos situamos para nuestra conversación en lo alto de la Atalaya, la montaña que, en-frentada al Buciero, sede de Santoña, las dos sirven de magnífica custodia a la bahía y ría donde el río Asón se encuentra con el Mar Cantábrico.

Desde nuestro elevado enclave veíamos a nuestros pies la Puebla Vieja de Laredo, que, afortunadamente, sigue igual, con su apariencia de pueblo antiguo con calles estrechas y retorcidas, a partir de la Rúa Mayor, que en su parte superior recuerda con inscripciones que en ella se alojaron las reinas doña Isabel la Católica, y sus hijas doña Juanas de Castilla, madre del Emperador Carlos, que de allí partía para Flandes donde casó con don Felipe el Hermoso, y doña Leonor que, casada, se convirtió en reina de Portugal. Coronan esta Puebla Vieja el cuidado Cementerio y la iglesia parroquial de Santa María del Puerto, una de las pocas que en Cantabria son vestigios del arte gótico ojival. El caserío, recostado en el principio de La Atalaya y la montaña que desde Tarrueza baja al fondo dejando en lo alto la barbaridad de la "Torre de Laredo", hasta llegar a la calle Emperador, su salida hacia Bilbao, y la carretera que sigue hacia el occidente en dirección a Santander. Y, desde nuestro mirador imaginado, mirábamos la extendida parte del Ensanche, recordando con añoranza lo que era aquel Laredo que conocimos el año 1973. Lo veíamos desde El Puntal, con sus pequeñas edificaciones dedicadas a la gastronomía, y El Náutico que, dominando la Bahía y Ría del Asón, servía de base a las numerosas embarcaciones veleras del turístico navegar. Recordábamos "El Delfín Verde" y "Orfeo", últimas edificaciones entonces, que dejaban el campo salvaje hacia El Puntal, donde cogíamos nosotros caracoles en días de lluvia y moras de las zarzas en los días del avanzado mes de Agosto. Allí terminaban; por el centro la Avenida de la Victoria, que recorrían los automóviles, igual que el autobús, en doble dirección, y, terminando en "Orfeo", la Avenida de Francia, que comenzaba en la Plaza de Carlos V. Desde esa plaza hasta la calle del Marqués de Comillas, seguía, por el centro La misma Avenida de la Victoria y, a la derecha, comenzaba la calle de Ellacuría, que arrancaba en el centro a parir de la calle de López Seña, cuyo principio se halla delante del Ayuntamiento Antiguo, delante de la estatua-busto de Carlos V.

Siguiendo por López Seña, tomamos una de las calles a su derecha y llegamos al pequeño puerto, que hoy casi ha desaparecido y entonces era el ejemplo de estos puertos. Donde hoy se han levantado altos edificios, entonces sólo había algún almacén, la Lonja y numerosas mesas y bancos largos. Comprábamos sardinas asadas en grandes barbacoas y, sentados en los bancos, nos deleitábamos con el barato manjar. Usábamos las manos para comer y, al terminar, acudíamos a unos grandes recipientes llenos de agua para que pudiéramos lavar nuestras manos. Después de merendar, seguíamos por el puerto hasta el final, donde estaba la oficina del servicio para la marinería. El puerto de Laredo, de entonces, merece un artículo para él solo; y haremos su descripción el próximo día.