A la orilla de mis sueños, donde no hay miedos ni distancias, me da pena soñarme volviendo a buscar, volviendo a buscarme, aprendiendo en mi misma que un sueño no puede volver otra vez a soñarse.

No puedo recorrer la vida con tus ojos, ni verla a través de tú corazón, ni se trata de hacer lo que siento, sino de elegir qué hacer con lo que siento, fluir con cada uno de mis pensamientos.

La vida es desierto y oasis. Nos derriba, nos lastima, nos enseña, nos convierte en protagonistas. A veces se me acaban las sonrisas y mis abrazos no tienen calor.

Tal vez nunca se termine de aprender a vivir del todo. La tarea de cada día es respi- rar, sentir, vivir, amar...

No me niego a la tristeza cuando viene a visitarme, pero también disfruto de aquello que siempre lo tengo a mi alcance, la familia, los amigos, los momentos compartidos, vividos y esos pequeños detalles.

A veces quisiera escapar de mis adentros, pero me quedo, no tengo miedo. Olvidamos que el tiempo no se detiene y que la vida se nos puede ir en cualquier momento.

En ocasiones me abraza la melancolía y hace presencia el silencio, siempre bello, que me susurra desde muy lejos. Pensando tanto y diciendo nada, sólo sintiendo lo que en mi corazón se guarda.

Una luz que ilumina, una canción que me anima, una brisa me acaricia mientras que una lágrima cae por mi mejilla y va limpiando mi vida herida. Hoy dibujamos abrazos en el cielo.

Hoy 21 de octubre, cinco años de tu par- tida. “Porque no se muere cuando el corazón deja de latir, se muere cuando los recuerdos dejan de existir”. Gracias mil.