He pedido al alumnado de primero de bachillerato que lean una novela. Pueden elegir entre cinco opciones: las dos últimas obras de Ian Mc Ewan, "La ley del menor" y "Cáscara de nuez", el brillante relato "Ulises from Bagdad" de Schmitt y las clásicas "Un mundo feliz" de Husley y "1984" de Orwell. En un mes les haré una prueba oral sobre su elección. Espero evitar que se aprendan un mal resumen sacado de internet y deseo con todas las fuerzas que la lectura del libro contribuya a que su pensamiento deje de ser un poco simple o incluso, para que no piensen como personas simples. He constatado que leen muy poco y manifiestan serias dificultades para relatar lo que les ha pasado la tarde anterior. Todavía les resulta más complicado enjuiciar una noticia, valorar unas declaraciones públicas de un líder político, social o cultural y no digamos pensar con espíritu crítico y creativo.

Cualquiera de los libros propuestos ayudarán a erradicar la simpleza de sus vidas; los del escritor inglés van a situarles en escenarios poco habituales, el que debe afrontar una magistrada londinense cuando debe decidir si respeta la voluntad de los padres de un menor o no hacerlo, así recibirá una transfusión sanguínea que le salve la vida, o el más inaudito que se puede imaginar, el de un feto que desde el útero materno narra una historia de adulterio y falsedad rodeado de gente sin escrúpulos. El siguiente, cuenta la peripecia de Saad en su objetivo por huir de Bagdad y llegar a Europa en busca de libertades y futuro; este les obligará a repensar el mundo en el que viven y a valorar lo que tienen, a ellos sí les tocó "la lotería natural", al muchacho bagdadí no. Las dos últimas invitaciones son dos relatos distópicos - mejor no tener que vivir en la sociedad que describen - que removerán sus conciencias, la una porque trata de una comunidad perfectamente organizada y aparentemente feliz, quizás no demasiado ajena del "estado mundial" que también gobierna sus vidas desde internet, la otra, "1984", es una agobiante fábula claustrofóbica sobre el totalitarismo y sus estrategias de manipulación de la población. Se darán cuenta que ese estúpido reality televisivo, "Gran hermano", no es más que un sucedáneo engañabobos comparado con el control al que se exponen cuando suben sus datos a las redes sociales. También sabrán qué es controlar el lenguaje, ajustar el significado de las palabras a la voluntad del líder. No importa lo que pase, la realidad se fabrica según ese interés. En fin, en todas ellas va a encontrar conexiones con lo que les pasa y también preguntas sobre lo que les tocará vivir.

Estamos rodeados de mensajes simples que pretenden responder a demandas complejas. Cuando estas se refieren al mundo del comercio o la industria, no pasa nada, a lo sumo descubriremos el engaño publicitario y descartaremos a los mentirosos. Peor arreglo tiene si los que responden con simplezas son quienes deciden la forma de gobernar la vida pública. Cuando leo que el problema de las pensiones se resuelve con un simple impuesto a la banca, sospecho que eso no puede ser suficiente y que la solución es más compleja. Parece que nuestros representantes en el Pacto de Toledo así lo han reconocido y es de agradecer. Si escuchamos a determinados líderes de la derecha sus recetas para el problema de la inmigración, nos encontrarnos con un prospecto muy simple, una valla muy alta y una puerta. Ya está. De paso, completamos el escenario con millones de africanos llamando a esa puerta, según decía el simple Pablo Casado.

Uno de los mayores problemas con el que se enfrenta la ciudadanía española es que nuestros políticos son muy simples. Dicen eslóganes necios, toman decisiones estúpidas y han sumido la democracia en una sopa boba, un régimen falto de nutrientes, sin pulso y sin contenido. Si acaso en algún arrebato de compromiso y trabajo, llegaran a proponer alguna respuesta necesaria y compleja, como el proyecto de presupuestos que la izquierda presenta en Europa, rápidamente será descalificado por algún memo exhibiendo su simpleza, tipo Rivera el de Ciudadanos, que tacha la subida del salario mínimo de "populista" y "podemita". ¿Conoce más vocablos? ¿Y qué me dicen del señor Casado convirtiendo el fenómeno de la hispanidad en el hito más importante del mundo? Nos abochornan a cada paso, a este le importa un rábano la historia, pensó que tocaba insuflar emociones patrióticas al auditorio y dijo sandeces.

Una última simplificación me fastidia con frecuencia, la constante alusión a buenos y malos. Todos pretenden presentarse como virtuosos, aunque no lo puedan acreditar con sus currículos, se muestran hipócritas sin rubor. La perversa moralización de las vidas de los políticos está impidiendo hacer de verdad política. Los medios de comunicación, muy dados al titular simplista y sensacionalista, tienen gran culpa de que este clima perdure y de que tengamos que infantilizar nuestra mirada para soportar tanta tontería. Hace falta una mirada adulta sobre la ética y la política. Como la de Ignatieff, escritor canadiense y expolítico, cuando apunta en su obra "Las virtudes cotidianas", que las tres más asumidas en cualquier país son: tolerancia, perdón y confianza.