Aviso para navegantes: hoy vengo muy guerrero. ¿El motivo? Las reacciones que, una vez más, he leído o escuchado a propósito de la difusión por parte del Instituto Nacional de Estadística de las previsiones demográficas sobre Zamora: de aquí a 2033 perderemos unos 34.000 habitantes; en apenas quince años, el 20 por ciento de la población se habrá ido a freír espárragos, convirtiéndonos en la provincia con la mayor sangría poblacional de España. ¡Triste récord! A partir de aquí, todo ha sucedido conforme se espera en estas tierras, con los lamentos, las quejas y las pullas de siempre. Reacciones impropias de sociedades maduras y responsables que saben mirar de frente a los problemas, que no echan balones fuera, que cogen el toro de las circunstancia adversas por los cuernos y se ponen manos a la obra. Pero aquí, sin embargo, no. Más bien todo lo contrario. Nos lamentamos, nos cruzamos de brazos y esperamos con paciencia y resignación la llegada de un milagro, olvidando que los milagros, al menos en estos asuntos, no existen.

Por eso precisamente aterrizo con estos humos. Porque las reacciones de mis paisanos, es decir, las de los representantes políticos, dirigentes de las diferentes organizaciones económicas y sociales, miembros de asociaciones, peñas y círculos de postín, incluyendo a los ciudadanos de a pie, como usted y yo, son impropias de quienes supuestamente han identificado un problema, que no es de ahora sino que viene de muy lejos, y hacen todo lo indecible para darle la vuelta, como a las tortillas, antes de que se queme. Aquí, sin embargo, caminamos en sentido contrario: en vez de ser proactivos somos más bien reactivos, limitándonos a compartir quejas, lloros y lágrimas. Una situación que hemos interiorizado de tal manera que, como dice un buen amigo, forma parte de nuestro ADN personal y colectivo. Y, claro, es un inconveniente, porque lo importante no solo es conocer sino tomar conciencia, dar un paso al frente y actuar, adelantándonos, siempre de manera colectiva, a las consecuencias de la catástrofe demográfica que se avecina.

Escribe Sylvie Brunel en "¿Siguen existiendo hambrunas por causas naturales?" (artículo que leen mis estudiantes del Grado de Trabajo Social y que suelo utilizar como herramienta de reflexión en otros ámbitos) que la gran diferencia entre países ricos y pobres, cuando se enfrentan a los peligros de la naturaleza, es que aquéllos cuentan con medios y con voluntad para desarrollar políticas de prevención de catástrofes. Si trasladamos sus reflexiones al problema de la pérdida de población en Zamora, vivida como una auténtica hecatombe demográfica en estas tierras, lo lógico sería entonces aplicar las tres condiciones de una auténtica política de asunción de riesgos: prevenir las catástrofes adoptando medidas adecuadas para que la población esté más capacitada para hacerles frente, proteger a la población durante el cataclismo y reparar los daños rápidamente pasado el siniestro para que la vida normal pueda reanudarse lo antes posible. Prevenir es, por tanto, el primer paso para cambiar el pesimismo colectivo que nos acompaña.