El pasado jueves se inició en Roma el Sínodo sobre los Jóvenes, con un objetivo claro entre varios: "recuperar la confianza de los jóvenes en la Iglesia". Y no me extraña, con los datos que tenemos: según el "Informe sobre Jóvenes de la Fundación SM de 2017", los jóvenes que expresan "mucha o bastante" confianza en la Iglesia son solo un 23%. El resto, casi un 75%, declara tener "poca o ninguna confianza en la Iglesia". Y los que se declaran directamente ateos (y no meros agnósticos) son un 24%. Es decir, hay tres ateos por cada católico practicante.

Ante estas cifras deberíamos preguntarnos qué es lo que hemos estado haciendo con los jóvenes en catequesis, colegios católicos, clases de religión, convivencias, campamentos? y otros encuentros a los que todavía acuden. Padres, curas, catequistas, profesores, agentes de pastoral de todo tipo: ¿qué fe y qué comunidad cristiana estamos transparentando para que un 75% de jóvenes no tengan ninguna confianza en la Iglesia?

Durante los últimos años mucha de la pastoral juvenil ha consistido en concentraciones de jóvenes (JMJs, convivencias diocesanas, excursiones?), auténticas macrogranjas donde se gestionan cientos de chavales con la intención de criar de manera fácil vocaciones cristianas. Este sistema ha creado una burbuja de fe de masas muy volátil, en la que parecía haber algo entre tanto barullo, pero que quedaba en nada tras desinflarse el evento. Y la realidad ha sido que, excepto alguna conversión casual, este sistema no ha aportado grandes beneficios a la "industria vocacional". Y hasta puede que, como el purín de las macrogranjas, haya dejado tras de sí un reguero de impactos en la fe (falta de formación seria), en la liturgia (ceguera ante el misterio), en la moral (rechazo de la norma), que han provocado este alejamiento de la Iglesia. Con el argumento de que hay que atraer a los chavales, en estas macrogranjas de pastoral se ha confundido el "juntarnos por juntarnos" con la creación de la verdadera comunidad cristiana, la catequesis sentimentalista con la verdadera transmisión de los contenidos de la fe, las celebraciones guitarreras con la verdadera liturgia, y el voluntariado de la "solidaridad" con la verdadera caridad cristiana.

¿No habrá que regresar a un modelo de transmisión de la fe pensado para el tú a tú, con pocas personas bien formadas, y no pensado para grandes aglomeraciones donde la persona se evapora para convertirse en individuo, y la fe se transforma en ideología? ¿Cuándo nos convenceremos de que no tenemos por qué ser masa, sino fermento en la masa?