El Congreso Nacional Belenista de Zamora me pone en la senda de los caminos perdidos de la infancia. Aunque Belenes y Nacimientos no son patrimonio exclusivo de los niños, es bien cierto que ellos le ponen ese toque de verismo añadido que la fantasía infantil concede a las miniaturas y juguetes con los que maneja y construye la realidad que no alcanza a comprender o abarcar conceptualmente. Los Belenes son la maqueta más versátil que existe del mundo cristiano rural. La Iglesia católica ha fomentado esta costumbre que se ha extendido por todo el mundo cristiano. El culto oficial obedece a unos ritos fijados por concilios y papas. El Nacimiento varía y se adapta perfectamente a la idiosincrasia local o regional de las incontables, diversas y distantes comunidades de fe católica.

El Belén es la recreación plástica del comienzo del evangelio de la infancia de Jesús. El Señor, conocía a su gente y le hablaba en parábolas. El arte de los Nacimientos es la parábola de sentido inverso: del hombre a Dios. Se trata del autorretrato del pueblo que adora y ayuda al Niño desvalido que va a llegar a ser su Salvador. Un homenaje del siervo a su Señor.

La Historia de la Salvación tiene un comienzo desamparado como el de cualquier niño que viene al mundo, en condiciones de lástima. Este punto de partida enternece y el pueblo, la masa, tan imprevisible y peligrosa cuando actúa en tropel, se convierte también en lo opuesto: solidario y sensible, cuando saca de su raíz profunda el amor y la compasión. Esto es la síntesis de los Nacimientos: la puesta en escena del desvalimiento socorrido, del dolor paliado con ayuda y colaboración.

La tradición atribuye a San Francisco el comienzo de esta costumbre navideña que se extendió por América desde el descubrimiento, en el que estuvieron los frailes franciscanos.

Un amigo periodista peruano se sorprendía, hace más de veinte años! , del anticlericalismo que palpaba en España y no lo concebía pensando en su patria de América de la que me mostraba detalles como iglesias y ermitas lejanas, ya en la selva o el altiplano, a donde no llegaba ninguna autoridad si no era la de los religiosos que atendían a esas comunidades tras llegar a ellas a lomos de mula con un trecho de senderos y caminos impracticables y a muchas leguas de distancia, que se convertían en varios días de azaroso trayecto. Las comunidades indígenas apreciaban este gesto de heroísmo gratuito, de exposición a peligros e inclemencias del camino a los que se sometía "el padrecito" para estar con la gente y llevarle a Dios en la Comunión.

Otras veces llegaba con un Nacimiento portátil, ya montado y sujeto, dentro de una maleta que se abría en la Iglesia el tiempo que el sacerdote permanecía en la comunidad para el auxilio espiritual y material, de los feligreses.

Tuve el gozo de conocer uno de esos pequeños y antiquísimos baúles misioneros de Navidad, en una exposición de la Asociación Belenista de Madrid, en la antigua Sede Cultural de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de la capital de España, en la Plaza de San Martín. Mi amigo periodista no fabulaba ni inventaba elogios. Una prueba artística de arte popular y de generoso esfuerzo misionero, del que venimos hablando, la tenía ante mis ojos, con varios siglos de uso, tras el viaje de retorno, propiciado por el último dueño de la magnífica pieza, nada menos que el avezado e ilustre periodista: Miguel de la Quadra-Salcedo.

A su vez tuve el honor de que la mencionada Asociación incluyera, en dicha muestra un Misterio mío, esto es, La Virgen, San José y el Niño, realizados en escayola y al estilo moderno, como contraste a los otros Belenes, pequeños o grandes, de formato tradicional.

La tradición zamorana respecto a la Navidad tiene el componente humano de los pastores, que siempre fueron muchos, y su aportación artístico-musical con La Pastorada: un humilde auto sacramental representado en el interior de los templos; un pequeño Nacimiento viviente que en la Nochebuena se representaba, y ahora todavía se hace, en pueblos que continúan la costumbre, por buena parte de Castilla-León.

Los grandes escritores de la Lengua española y, singularmente del Siglo de Oro, recurren a los pastores en sus poemas de Navidad, como ya se venía haciendo mucho antes, desde cancioneros anónimos como el que reproducimos, con la curiosidad de que el divino Niño es nombrado como zagal, al igual que los que acuden a verle:

" Al zagal que desvelan amores,

arrulladle y mecedle, pastores.

Al zagal que nació entre las pajas,

arrulladle y mecedle, zagalas.

No hace falta recordar los conocidos villancicos que mal no vendría relanzar la costumbre de aprenderlos y cantarlos desde la infancia, ahora que abundan las posibilidades de escuha, por diferentes medios, para entonarlos mejor.

Zamora, queda complacida con un evento en el que se siente arte y parte de la tradición que lo motiva. Desde aquí saludo a los participantes del congreso porque un servidor tiene a bien creerse una figura más del Belén, marchando hacia la gruta del Pesebre con ese cuerpo de barro, que es símbolo de nuestra fragilidad humana y, en mi caso, también la materia de la casa donde nací.

Escribo estas líneas y me llega la noticia del próximo Congreso Nacional de Cofradías de Semana Santa en nuestra capital. Creo que se complementa con el que venimos hablando, porque ambos se insertan en un mismo contexto religioso de tradición, fiesta, y arte popular.

Zamora es un buen reclamo para este tipo de eventos porque se vive lo que se cree y se expresa con arte y devoción, como señalaba recientemente este diario en titulares: "Un referente cultural y religioso". Compartir es el verbo, y hermanando vivencias se conjuga.