El profesor de Harvard, Michael Sandel, afirma que la economía de mercado ha sido efectiva para organizar la actividad productiva y que ha traído prosperidad al mundo. Seguramente podemos discrepar de este insigne catedrático sobre el alcance de esa prosperidad, aunque coincido en su apreciación de que el serio problema lo tenemos porque el mercado impregna casi todos los ámbitos de nuestra vida y el dinero puede comprar demasiadas cosas. En definitiva, hemos derivado hacia una sociedad de mercado en la que todo está en venta, no sólo bienes materiales, también la amistad, el amor o el buen nombre. Esta transformación se viene produciendo desde los ochenta, aquellos "gloriosos" años del nefasto Ronald Reagan y la pérfida Margaret Thatcher, cuando se impuso la desregulación de los mercados a los que se consagró el bien público. Hoy han llegado a casi todas las áreas sociales, afectan a la vida familiar, a la sanidad y ¡ay! también a la educación. Por ello tenemos menos democracia y de peor calidad, aumentan los casos de corrupción en la administración de los diferentes gobiernos y las desigualdades entre la población crecen cada año. Los perjuicios de esta progresiva mercantilización de la sociedad, ya la advirtió en 1944 el pensador vienés Karl Polanyi. Cabe preguntarse también por el ideal ético al que estamos abocados. ¿Qué moral orienta los mercados, cuál al consumidor compulsivo, y al empresario o a la corporación multinacional? ¿Qué valores tienen aquellos que defienden, por ejemplo, la gestación subrogada? Quieren convertir a las mujeres sin recursos en fábricas de bebés. He sentido mucho asco cuando vi defender este atropello al falsario Albert Rivera; él y Ciudadanos son una grave amenaza para lo que nos queda en España de estado de bienestar.

Ya mencioné antes que tampoco la educación escapa a esta ola mercantilista. El neoliberalismo económico y el papanatismo izquierdista, están abocando a la escuela pública a convertirse en una factoría de emprendedores. Desde ha ce más de tres décadas los diferentes gobiernos españoles vienen implementando normativas y legislaciones que parecen olvidar que la educación es un derecho de la ciudadanía y no una inversión de la que esperar rentabilidad. Estamos aburridos de las constantes reformas, sean de los conservadores o de los socialistas tienen la misma orientación final: atender a las exigencias del mercado. No obstante nos hacen creer que hay diferencias fundamentales en el modelo educativo que defienden. ¡Mentira! Nos muestran el señuelo de la asignatura de religión y todos corriendo detrás a discutir que no debe tener valor académico o lo contrario. Si no hay suficiente falsa polémica volvemos con la asignatura de Ciudadanía y su perverso adoctrinamiento tal como indican los obispos. Mientras, los conciertos con centros privados aumentan y se producen recortes drásticos que deterioran la calidad de los centros públicos. El horizonte está claro: más negocio para los concertados.

Hace veinte años que la OCDE programa el sistema de evaluación internacional conocido como PISA, una eficaz herramienta puramente neoliberal que les ayuda a identificar las competencias claves que debe poseer cada individuo, todo tiene que ver con los intereses de las multinacionales y con la necesidad de eficaces trabajadores en la "sociedad del conocimiento". Desde hace varios años las programaciones en escuelas e institutos deben basarse en competencias. Ya vemos la orientación utilitarista, se necesitan trabajadores a la medida de las empresas.

En este mes de septiembre recibimos en nuestro correo corporativo multitud e invitaciones para continuar con nuestra formación académica. Todas ellas giran en torno a tres metodologías muy queridas por la Consejería de Ecuación: cursos TIC para el aprendizaje en el aula, es decir recursos informáticos y pantallitas para que aprendan con menor esfuerzo, cursos de actualización didáctica, véase la sopa indigesta de las inteligencias múltiples junto al método más promocionado: el ABP (Aprendizaje basado en proyectos). Se trata de ir trasvasando conocimientos hacia un conjunto de habilidades y competencias en las que el individuo se va disolviendo hasta desaparecer. Se pretenden personas motivadas, obligatoriamente felices, que no estén atadas al pasado ni al lastre de lo aprendido. Vean "Up in the air", con un George Clooney perfecto en la interpretación del gestor de despidos empresariales, proponiendo que se aligere la "mochila vital", que nada nos ate, pues debemos estar prestos y disponibles allí donde la empresa o proyecto - el mercado - nos necesite.

Esta misma semana se nos presenta en el instituto la propuesta para trabajar en un "Proyecto lingüístico de centro". Parece que esto será diferente, pensé. El bienintencionado equipo directivo nos participa de los detalles que les han sido comunicados y que nuestro plan de fomento de la lectura se fundirá con él. Tras saber de las herramientas a utilizar - TIC-, los procedimientos a seguir - trabajo por proyectos - y demás componendas en plataformas virtuales, me sentí muy defraudado. No hay remedio. Aunque de la fatalidad nos sacó durante unos segundos la inteligente pregunta de un profesor: "¿y cuándo van a leer algo los chicos?".

En fin, cansado de tanto coaching educativo, de psicologías positivas facilitadoras de la felicidad a propios y extraños, harto de gestionar emociones nada inteligentes, me reafirmo en el lema ilustrado "sapere aude!" - atrévete a pensar por ti mismo-. Mientras, me aparto de algunos pedagogos depredadores, como José Antonio Marina, al servicio de la causa neoliberal y me refugio en mi maestro Emilio Lledó, leyendo "Sobre la educación" o con el excelente texto de los profesores Enrique Galindo, Olga García y Carlos Fernández, "Educación o barbarie".

Espero que cuando bajen las aguas de este tsunami mercantilista aún tengamos asideros y podamos responder a las tres preguntas kantianas: "Qué puedo saber; qué debo hacer y qué me cabe esperar".