Una de las mejores descripciones de lo que está ocurriendo en este país se la leí ayer a un internauta para quien "se ha puesto el listón demasiado alto para el vuelo gallináceo que hay en España con respecto a la ética política". Me recuerda a una vieja vecina del pueblo que se pasaba la vida criticando a los hijos de los demás mientras sus cuatro hijas eran pequeñas y, cuando crecieron, tuvo que darse dos puntos en la boca. No se puede presumir de virginidad desde un lupanar.

Por supuesto que tenemos que exigir honradez y ejemplaridad a nuestra clase política, pero es que a este paso nos quedamos solos. A Sánchez en cuatro meses le han dimitido dos ministros y tiene a otros dos a punto de caramelo -si no ha caído ya alguno cuando se publique esta columna- por actitudes rechazables o cuestionables pero generalizadas en este gallinero en el que nos movemos.

Si un político tuviera que dimitir cada vez que se le pilla en una mentira, no quedaría ni uno. Lo de la hipocresía también lo lleva el sueldo: Hago como que me escandalizo ante lo que hace el de enfrente pero no es lo mismo cuando lo hago yo. Salvo excepciones, el cinismo, el populismo y la marrullería van con el cargo. Y luego está la condición humana que nos hace reírle las gracias a un impresentable que presume de haber usado a prostitutas para sacar información a gente poderosa, aprovechar los vericuetos legales para pagar menos impuestos, o usar el cargo para obtener un máster sin ir a clase. No se cansen. Nadie llega impoluto a un cargo político importante. Eso sí, a la izquierda las corruptelas suelen perjudicarle en las urnas más que a la derecha porque sus votantes exigen que se alcance ese listón ético del que se presume, tan deseable como utópico, pese a que no hay alas para elevarse ni a un palmo del suelo.