He seguido con fervor científico el divorcio de Juana Acosta y Ernesto Alterio, fascinado por una irresistible actriz incómoda y por un rey de la comedia a su pesar. En la edad clásica de la farándula, el actor cuarentón se fugaba con una veinteañera. Gracias al #metoo, ahora ambas celebridades reinician su actividad romántica con cuerpos apenas egresados de la adolescencia. Y lo que es válido para Sean Penn y Robin Wright, también se cumple en la pareja de latinoamericanos afincados en España.

Certifico a través de ¡Hola! que Acosta y Alterio han elegido a personas en mejor situación física que su anterior compañero, esta ruptura demuestra que no casarse tampoco es una solución contra el divorcio. Ante todo, la pareja se despide después de haber aportado sus roles fundamentales a la más acertada película española de los últimos tiempos, Perfectos desconocidos.

Acosta y Alterio representan en esta película a un matrimonio que coquetea con la ruptura. Tuve ocasión de preguntarle a Álex de la Iglesia por qué había elegido a una pareja (en descomposición, pero entonces no lo sabíamos) para interpretar a una pareja en descomposición. El cineasta se encargó de desvelar que en los momentosde mayor tensión, los dos actores ni siquiera se comunicaban entre ellos. Utilizaban al director como intermediario, cuando la agresión física por exigencias del guion alcanzaba un realismo superior al deseable. Acosta y Alterio admitieron durante la gira promocional que habían pagado un duro precio por el rodaje. Tal vez Perfectos desconocidos sirvió de detonante a una ruptura inevitable, quizás propició un abismo que no se hubiera registrado en otro caso. Pero tras disfrutar de la cruel comedia, hemos de preguntarnos si los protagonistas fueron las únicas víctimas.

Ya está bien de preámbulos y de estrellas de cine, procede estimar cuántas parejas consolidadas sucumbieron tras contemplar el juego de la verdad telefónico de Perfectos desconocidos. Y me temo que superan a lo aceptable. En mi triste experiencia personal, más de un espectador se giraba hacia su acompañante, en demanda de explicaciones por unas carcajadas durante la proyección que consideraba demasiado complacientes, condescendientes o estridentes.

No necesitamos las estadísticas de divorcios aventadas esta semana por el Estado, para efectuar la conexión con una película magnífica pero letal, el título más corrosivo firmado por De la Iglesia. Un matrimonio puede sobrevivir a embates huracanados, pero nunca a la verdad.