Firmemente decidido a velar por las buenas costumbres, el Ayuntamiento de Zaragoza censuró el otro día un calendario del Cuerpo de Bomberos en el que sus miembros lucían cuerpazos de torso desnudo y cuajados de bíceps, abdominales y pectorales. Tamaña exhibición de músculo podría originar agravios comparativos y, por si eso fuera poco, arrojaría una "visión patriarcal" que el gobierno zaragozano de Podemos encuentra del todo inapropiada. Por fortuna, los bomberos no han querido echar más leña al fuego y, para salvar su benéfica iniciativa, están dispuestos a hacerse otras fotos más realistas. Raro será que en la plantilla no dispongan de algún compañero entrado en carnes o decididamente gordo para cumplir así con las exigencias del Consistorio. Otra cosa es que eso le quite gancho y ventas al calendario; pero tampoco se puede tener todo.

La fobia al cuerpo humano era hasta no hace mucho privativa de las religiones. Todas ellas tienden a cubrir con abundancia de telas la pecaminosa anatomía de sus fieles y aun la de los que no lo son. Alguna, como es sabido, lleva ese celo al extremo de enfundar a las señoras en burkas y otras variantes portátiles de la tienda de campaña. Sorprendentemente, la lucha contra las tentaciones de la carne empieza a impregnar también a gentes que a menudo se declaran ateas y, lo que es más notable, progresistas.

Más que el neoliberalismo -concepto algo etéreo- es el neopuritanismo la ideología que marca tendencia en este extraño comienzo del tercer milenio.

El caso de Zaragoza está lejos de ser el único. No hace mucho, en la muy liberal Ibiza, las autoridades censuraron también un cartel publicitario que incluía a cuatro señoras con las nalgas al aire. Los censores consideraron que aquella exhibición de culos atentaba contra la dignidad de la mujer. Y allá que se fue el cartel a tomar por salva sea la parte, como es lógico. Algo similar había ocurrido antes con una fundación de Vigo, que se vio obligada a retirar las invitaciones a cierta gala benéfica por causa -o culpa- de la foto de una joven semidesnuda incluida en el tarjetón de convite. Las autoridades en materia de Igualdad entendieron que esa imagen mancillaba el decoro de las mujeres al convertirlas en un mero reclamo sexual; y no era para menos. Después de todo, la mentada señora iba vestida únicamente "con una sábana a modo de túnica que solo le cubre la mitad del torso", de acuerdo con la sentencia de los/las inquisidores. Nada nuevo bajo el sol. En los tiempos finales del franquismo causó cierta hilaridad el panfleto de una organización de extrema izquierda en el que los revolucionarios arremetían vigorosamente contra la pornografía. Cuarenta años después, ya pocos se atreverían a reírse de aquella singular ocurrencia. Ya se reclamen de fascistas o de comunistas, los regímenes dictatoriales tienen en común el culto al Estado y la aversión a la carne. Ahí estuvo para probarlo el régimen soviético, que coincidía con el franquista en un estricto puritanismo y, lo que es más grave para sus víctimas, en la persecución de los homosexuales, nudistas y demás gentes de conducta "desviada". A tanto no hemos llegado aquí, todavía; pero sorprende un poco el neopuritanismo de algunos -es de esperar que pocos- progresistas empeñados en hacer frente común con las Iglesias contra la espléndida desnudez de los cuerpos. Lo del Cuerpo de Bomberos aragonés es toda una metáfora involuntaria.