Que digo yo, reflexionando, que las corridas de toros, los encierros y otros eventos como el Toro de la Vega, los tendrían que organizar y patrocinar los príncipes saudíes, para ver como se la envainaban los ofendidos, como ya se la envainan con las bombas que matan yemeníes , con el machismo, la homofobia y el lujo obsceno desatado.

Sería divertido ver a nuestra izquierda buscando justificaciones al maltrato animal, o incluso aplaudiendo en las Ventas con un puro en la boca, mientras le pasan la bota, sin alcohol, al tío de la chilaba.

Sería apasionante escuchar los pasodobles, con las peinetas y las mantillas sustituidas por velos integrales, y buenos caballos árabes actuando en el tercio de varas, en lugar de los pobres jamelgos que para ese fin se utilizan.

Nos lo pasaríamos de cine, sin malos rollos, sin complejos, defendiendo el empleo de los astilleros que fabrican fragatas, apoyando los contratos de las grandes constructoras de ferrocarriles, potenciando a las refinerías y las petroleras. Y sin mala conciencia, porque lo importante no es tener principios, sino buenos finales.

Disfrutaríamos de lo lindo reconociendo que necesitamos que alguien de fuera nos recuerde quienes somos, que un país de camareros ni elige ni tiene prioridades, que las cosas vienen como vienen y, mira tú por donde, al final todo vuelve a su ser: a que cada palo aguante su vela, a que los ofendidos se ofendan con su puñetera madre si a bien lo tienen, que los picajosos coman ajos y blablabá, blabablá. Como toda la vida.

Es hora de descubrirlo: si no puedes apelar al sentimentalismo, ni a la razón, ni al miedo al qué dirán, apela a un buen príncipe saudí, que seguro que te saca de pobre. Y a lo mejor hasta te saca de gilipollas.

Que sí, amigos, que a buen hambre no hay pan duro...