Pese al carácter aparentemente errático de sus decisiones, el actual ocupante de la Casa Blanca persigue un objetivo tan claro como irreal: convertir a su país otra vez en amo del mundo.

Acostumbrado a ganar siempre a base de tretas, engaños y eso que en aquel país llaman "bullying", Donald Trump no parece apreciar diferencia alguna entre el mundo de los negocios en los que se ha movido siempre y la política internacional. Y a eso se dedica, es decir a comportarse como un farolero y matón en un patio de colegio, intentando sacar siempre la máxima ventaja en los tratos con sus rivales, entre los que incluye también a los aliados europeos. El mayor obstáculo para ello son los acuerdos multilaterales, fruto de largas y difíciles negociaciones entre quienes le precedieron en la Casa Blanca, a los que siempre ha despreciado por débiles, y otros gobiernos.

Trump sólo cree en la ley del más fuerte, y por ello prefiere negociar bilateralmente con los demás, convencido de que siempre logrará al final la mayor tajada para su país.

En esa tarea le ayuda sobremanera la condición del dólar de principal moneda mundial de reserva, algo cada vez más en discusión, pero que le permite seguir chantajeando con la amenaza de sanciones a países y empresas que operan también en EEUU.

Es lo que ha tratado de hacer, y parece haber conseguido, con empresas y bancos europeos, en un principio reacios a acatar sus sanciones a quienes osasen negociar con Irán, principal enemigo de sus aliados Israel y Arabia Saudí.

Es lo que quiere hacer ahora también con las sanciones financieras que ha decretado contra un órgano del ministerio chino de Defensa después de que el país asiático anunciase la compra a Rusia de aviones de combate y sistemas de defensa aérea.

Estados Unidos es con gran diferencia el mayor exportador mundial de armas y, desde que llegó a la Casa Blanca, Trump se ha fijado como meta potenciar ese negocio de la muerte. De ahí sus llamamientos a los países del Golfo y a sus aliados de la OTAN para que aumenten el gasto en defensa.

Trump ve al mismo tiempo en China a su mayor rival para sus ambiciones de dominación mundial y considera ese trato armamentista entre Pekín y Moscú un claro desafío a las sanciones contra Rusia por su supuesta injerencia en las elecciones norteamericanas y la anexión de Crimea.

Que con su decisión vaya a provocar el efecto indeseado de un mayor acercamiento entre Rusia y China frente a ese matón del patio de colegio no parece entrar en sus cálculos. El Donald no entiende de sutilezas.