Allá por el S.XVII, Felipe IV mando construir una cerca de piedra y ladrillo que rodeaba la ciudad de Madrid de la que, a día de hoy, solo se conservan dos retales, ambos reconstruidos sin los materiales originales. Uno de ellos, de apenas cinco metros de longitud, se encuentra al lado de la Puerta de Toledo. Si acierta usted a pasar por allí, apenas percibirá que eso es un recuerdo de aquella época, porque su aspecto no difiere mucho del de la arquitectura preindustrial del S.XIX, que también utilizaba piedra y ladrillo rojo. Pero allí está, con una placa colocada a una altura tal que fácilmente le pasará desapercibida. Pues bien, para sujetar esa reconstrucción, se ha levantado, justo detrás, sirviéndole de pantalla, un muro de hormigón que la sujeta firmemente. El conjunto de la obra, sin duda, habrá costado un pastizal.

Cuando la descubrí hace unos días, no pude por menos de acordarme de los miles de metros de murallas, con tramos que datan del S.IX, que aún resisten el paso del tiempo en nuestra ciudad, y en las que, lamentablemente, no se emplea ni un euro para conservarlas, y eso que, al ser las originales, no habría que reconstruirlas, sino simplemente restaurarlas.

Y es que no se conservan las cosas, en este caso los vestigios del pasado, ni por su interés artístico, ni por su interés histórico, sino por estar ubicados en uno u otro territorio. La falta de sensibilidad reina en el país. Así en Madrid, ciudad en la que se juegan varios millones de votos, merece la pena a los políticos mover el culo y hacer cosas, como conservar a cualquier precio un trocito de cerca, mientras que, en nuestra ciudad, al contar solo con unos cuantos miles de votantes, nuestros representantes se conforman con dejarse ver en las Cortes a la hora de votar. Así que, cuando queramos reclamar ser bien tratados, no hará falta buscar subterfugios, ni sesudos estudios, simplemente bastará con pedir que nos traten como a la cerca de Felipe IV.

Alguien tiene que tomar las iniciativas, y poner en marcha los proyectos, y ejecutar las obras, pero, tristemente, los decisivos personajes que cortan el bacalao suelen ser proclives a ceder ante las "sugerencias" de los que mandan que, casualmente, suelen ser siempre los mismos, aunque cambien los patrones del barco. En otras ocasiones el motivo es aún más lamentable ya que no disponen de tiempo por encontrarse ocupados en la gestión de un máster, o copiando y pegando el texto de una tesis de doctorado. Y cuando se está tan ocupado, aunque no se tenga que asistir a clase, ni se hagan exámenes, ni se presenten trabajos, hay que darle vueltas al coco para ver cómo desarrollar el mercadeo que permita obtener el título de la forma más rápida y fácil posible.

La verdad es que mucho no puede esperarse de quienes tienen encima ese enorme complejo que hace que se comporten como subordinados, inventándose curriculum para presumir no se sabe de qué. Porque, que se sepa, no es exigible ningún título para ser ministro, ni alcalde, ni presidente de gobierno, a diferencia de cualquier funcionario, que por bajo que sea su nivel, siempre se le pedirá alguno. De hecho, por no exigir no se exige siquiera el dominio de idiomas a los presidentes, de ahí que hayamos visto cómo mientras altos dignatarios de otros países llegaban a acuerdos, fuera de los focos de las reuniones internacionales, nuestros representantes ponían cara de circunstancias al no enterarse de lo que se estaba cociendo entre bastidores.

De manera que, pongámonos como nos pongamos, unos pocos metros de cerca siempre serán más prioritarios que miles de metros de muralla, sobre todo si la cerca se encuentra en Madrid. Aunque si estuviera en Cataluña, o en el País Vasco, no sería diferente, ya que éstos, por conservar, conservan hasta el aliento de sus antepasados.

Pero por aquí, en tierras leonesas y castellanas parece que no tengamos historia, que no nos masacró el temido Almanzor, ni antes los romanos hicieran de las suyas, ni se puso en jaque el reparto del reino de León, puesto que, según repite, una y otra vez, la clase política, las comunidades históricas importantes en España son las de Cataluña y el País Vasco.

A nosotros nos parecen más históricas las de León, Castilla y Aragón. Pero se ve que no hemos debido aprender historia o que nos la explicaron mal, o que nos la hemos inventado, o lo que sería peor, que viviésemos en otro país o en otro estado.