Dicen los expertos de turno que no hay nada tan eficaz para hundir a alguien que fabricar un chisme, un embuste o una patraña, difundirlo a los cuatro vientos y dejar que haga su propia digestión. Los destinatarios pueden ser personas, grupos, organizaciones sociales o incluso territorios. Así, de manera pausada y casi por encanto, el sambenito se va transformando poco a poco en una sustancia muy peligrosa. El objetivo que se persigue siempre es el mismo: erosionar los cimientos sobre los que se levanta el relato o la biografía, ya sea personal o colectiva, de quienes hayan sido objeto de tan osada engañifa. Si el método funciona es, entre otras razones, porque las personas de carne y hueso, es decir, usted o yo, estamos acostumbrados, en muchas más ocasiones de las que parece, a comprar las opiniones que escuchamos o leemos por primera vez sin utilizar, de manera juiciosa y responsable, el filtro de la cautela, la prudencia o la reflexión, habilidades y facultades que siempre deberían acompañarnos en nuestra vida cotidiana.

Pongamos varios ejemplos muy básicos. El primero: supongamos que alguien suelta por ahí que fulanito o menganito (ojo, también pueden ser fulanita o menganita) ha conseguido por fin un trabajo porque sabe de muy buena tinta que ha intervenido directamente su marido o por las presiones y recomendaciones del padre, la madre, el abuelo o la abuela. Pues ya sabes: ¡date por muerto! Da igual que tu voz proclame a los cuatro vientos que no es así, que el empleo obedece a tus conocimientos, habilidades y competencias. Porque claro, en una sociedad donde estamos acostumbrados a escuchar que los enchufes existen, que cuando alguien consigue un trabajo o alcanza la cima del éxito profesional es gracias a las influencias ajenas, ¿cómo no vamos a creer que esa manera de proceder funciona casi siempre así? Pues no. Conozco a infinidad de personas extraordinarias y relevantes, que destacan en sus respectivos campos de trabajo, que han recibido, sin embargo, el escarnio de otras personas, casi siempre incompetentes, chambonas y envidiosas.

Veamos otro ejemplo algo más peculiar. Supongamos que se difunde por ahí, un día sí y otro también, que el problema de tal o cual territorio, que puede ser un municipio, una provincia, una comarca, una región o incluso un país, es la despoblación, esto es, que cada día que pasa son menos personas porque sufre el efecto de un saldo vegetativo negativo (más defunciones que nacimientos) o porque la emigración sigue siendo nuestro pan nuestro de cada día. Imagínense también que otras voces dicen que el gran problema es más bien la falta de oportunidades económicas y de empleo debido a, entre otras razones, la incompetencia de quienes tienen que diseñar planes, programas o proyectos de desarrollo, que no se ponen de acuerdo en algo tan básico como coordinar los recursos del territorio afectado. Si lo primero se instala en el imaginario colectivo, ¿cómo va a triunfar la tesis de quienes defienden lo segundo? Seguro que les suena, ¿verdad? Y es que los embustes, los chismes y las patrañas pueden encontrarse donde menos se espera.