Ayer cerró uno de los dos bares que había en mi pueblo, el bar de Jose (sin acento). Antes fue el bar del señor Adolfo, su padre. Y siempre el bar de Los Músicos, lo regentara quien lo regentara. Desde hace décadas lo regenta Jose, que se jubila. No hay relevo. Cae, por tanto, el telón de un establecimiento que, como sucede en todas las localidades pequeñas, es mucho más que un simple bar. Es parte indisoluble de la historia del pueblo, ese lugar donde ocurrieron anécdotas, hoy recuerdos imborrables, que han marcado nuestra vida desde niños.

Ahí, en el bar del señor Adolfo, vi yo mi primer partido de fútbol, un Real Madrid-Niza de la Copa de Europa de 1958. Di Stefano, Gento, Santamaría?nos hicimos madridistas casi todos los críos de Guarrate. Y eso que la luz se iba cada poco y aquel televisor enorme se apagaba para desesperación de la clientela. ¿Qué pasa? Y la gente mayor se lo tomaba a guasa: "La avería es de arriba". Era la misma frase que usaba el señor Millán, el de la luz, cuando el personal le recriminaba por algún corte en aquella electricidad de quita y pon. Los mocosos nos enfadábamos un poco más porque en los primeros meses de la llegada de la tele al pueblo nos cobraban la entrada. "No consumís nada, así que a pagar" venían a decirnos tanto el señor Adolfo como el señor Amador, dueño del otro establecimiento. Curiosamente, uno era el bar, el del señor Adolfo, y al del señor Amador se le llamaba café. Misterios del lenguaje.

Allí, en el bar del señor Adolfo, vi por primera vez una corrida de toros. Llenas todas las mesas, los muchachos no teníamos más remedio que seguir la lidia desde las ventanas o sobre las piernas de un familiar. Y allí conocimos al perro Rin-Tin-Tin con el pequeño cabo Rusty .Y allí nos sorprendieron las primeras series de dibujos animados, que nos hacían estallar en carcajadas y abrazarnos entusiasmados cuando el malvado gato no pillaba al pajarito y se arreaba porrazo tras porrazo. Además, el bar de Jose fue un tiempo salón de baile donde tocaba la orquesta familiar (Adolfo, Fito, Gerardo, Andrés, Quique, Daniel, Jose) y donde hicimos todos los chavales y chavalas del pueblo los primeros pinitos amatorios, los primeros guiños, los primeros intentos de arrimarnos (inútiles porque las madres y abuelas vigilaban sin descanso). Allí, en ese salón, conocí yo en 1970, un Domingo de Ramos, a la que hoy, 48 años después, sigue siendo mi mujer.

Cualquiera de los vecinos de Guarrate, y de los cientos que emigraron, tienen parte de su vida vinculada al bar que ayer echó el cierre. Por eso la fiesta de despedida que organizaron Jose, Reyes, su esposa, y Andrea, su hija, tuvo un toque irreprimible de nostalgia y de pena. Disfrutamos con el reencuentro, la charla, los recuerdos, las historietas, pero? Esa momentánea euforia no podía camuflar ni paliar el sentimiento de profunda añoranza que nos embargaba a todos, al menos a mí. Tantas horas pasadas, tantos descubrimientos, tantas ilusiones, tanta amistad, tanta gente cercana que se fue o a la que la vida se llevó por otros derroteros, tanto ayer acumulado?

Me sangraba el alma aun sabiendo que es la ley natural la que impone estas normas. Uno llega a los 65, se jubila y punto. ¡Ay!, pero ese punto deja un vacío tan silencioso como duro, un desasosiego que te muerde por dentro, una ausencia que va a estar siempre presente. Me ha sucedido más veces con bares frecuentados en Valladolid, con restaurantes que fueron casi como mi segunda casa, pero, cuando esto sucede en un pueblo pequeño, en tu pueblo, la cosa adquiere otra dimensión. Además, con la convicción de que el dolor no será pasajero. A bastantes nos costará mucho trabajo pasar por el Palacio y resistir la tentación de ir al bar de Jose a tomar algo, a ver si hay gente, a charlar un rato, a ponerte al día de las pocas novedades que se producen a diario.

¿Y los domingos? Era nuestra primera parada de vermú. Después íbamos al otro bar, El Abeto, con excelentes tapas. El camino entre ambos se convertía en una rutina relajante, enriquecedora. Ya no podrá ser. Haremos parada y fonda solo en El Abeto. El bar de Jose cerró anoche. Y con él se fue un mundo que no volverá, un mundo que ha sido nuestro, la intrahistoria de un pueblo en el que casi todo pasaba en el bar y donde el bar fue siempre mucho más que un establecimiento donde se vendían bebidas y se jugaba a las cartas. El problema terrible es que este universo entrañable tenga que conjugarse en pasado casi sin sílabas de futuro. ¿Vamos a resignarnos? Como canta Raimon:"Digamos no". Suerte a Jose y familia. Y a todos los pueblos que pelean por seguir vivos.