Hoy hay sólo dos cosas claras. Una, que cuando el líder conservador David Cameron aceptó, para evitar una crisis de su partido, el referéndum del Brexit que le exigía la corriente antieuropea de los tories, se equivocó profundamente. Perdió el referéndum, tuvo que marcharse y dos años después Gran Bretaña está sumida en una seria crisis de identidad. Entre otras cosas porque el Brexit ganó, pero por muy poco.

La segunda es que cuando su sucesora Therese May afirmó poco después "Brexit is Brexit" no sabía lo que estaba diciendo. La modalidad de Brexit al final elegida por Therese May, el llamado Brexit suave, ya ha causado la dimisión de los miembros más antieuropeos de su gobierno que amenazan con pedir su cabeza, quizás en el congreso conservador de Birminghan de primeros de octubre.

Y ahora no se sabe si habrá acuerdo con la UE para una salida pactada, si May continuará de primera ministra e incluso si puede haber un nuevo referéndum. La realidad es que May esperaba que en la cumbre de Salzburgo de esta semana la UE le diera esperanzas de aprobar -con alguna modificación leve- su propuesta, conocida como de Chequers, de Brexit suave. Saliendo de Salzburgo con un casi aprobado, May podía presentarse en Birminghan como la garante del Brexit menos malo y tapar la boca a los radicales que quieren salir de la UE sea como sea y no retroceden ante las negativas consecuencias que -el empresariado y el Banco de Inglaterra han avisado- podría tener un Brexit sin acuerdo.

Ahora, con la negativa seca de la UE a la propuesta de Chequers, May afronta dos graves problemas. Uno, salir viva del congreso de su partido en quince días. El otro, cambiar su propuesta para la cumbre europea de mediados de octubre -difícil en especial por la frontera de Irlanda del Norte- de forma que no provoque una gran rebelión en su partido y pueda ser aceptada por la UE y evitar así un Brexit sin acuerdo que ni Londres ni Bruselas quiere pero que cada día se puede descartar menos.

Y la UE se puede mover poco. Una actitud blanda ante Gran Bretaña -permitir que seleccione a la carta su participación- podría animar las tentaciones centrífugas de algunos países. Desde la ultranacionalista Polonia a la Italia de Salvini.