Zamora es el único lugar en el que me han dado el pésame por vivir en Washington. "Pobrecita, tan lejos". Puedes haber entrevistado al presidente de Honduras, estado en Cleveland mientras caía confeti sobre Donald Trump o recorrido Latinoamérica de cumbre en cumbre. Todo eso que queda tan lustroso en tu currículum tiene un valor relativo en Zamora.

Porque sí, muy bonito pero, al fin y al cabo, no estás. No estás nunca en el cumpleaños de tu madre, a ver a quién le dan vacaciones en noviembre. No estás cuando tu padre gana el torneo de mus del pueblo. No estás los lunes (ahora los miércoles) para ver Operación Triunfo con tu hermana. No estás los domingos para comer paella en invierno y ensaladilla en verano. "Si no estás nunca, hija". No estás nunca aunque emplees hasta el último día libre en venir a Zamora y renuncies a la locura colectiva por el sudeste asiático. Para los que te quieren, nunca es suficiente. Para ti tampoco.

Aunque creas que tú te has ido porque quisiste. Porque te gusta el mundo, porque tus sueños desbordaban ya en 1995 la ciudad amurallada. Nunca lo sabremos. Nunca sabremos si nos hubiéramos ido si en Zamora hubiera facultades donde certifiquen como periodista, abogado o filólogo hispánico. Si en Zamora hubiera empleos más allá de lo público, los servicios y el campo. Nunca sabremos si nos hubiéramos ido si hubiéramos tenido la opción de no hacerlo. No sabemos si algún día tendremos la opción de volver.

Y sé, me consta que, hasta los que nos fuimos a los diecisiete lo más rápido que pudimos queremos volver algún día. Aunque sea volver a medias. De lunes a jueves en Madrid, el viernes me voy al pueblo. Tantos lunes de lucha por la vida en los metros, las prisas y las masas de Londres, Nueva York, el DF o Kuala Lumpur nos han hecho apreciar la plácida vida zamorana.

Las ciudades sin aceras no nos parecen aceptables: nosotros siempre fuimos al colegio andando. Cuando has llegado a pagar 14 dólares por una copa de vino, sabes que la importancia del corto de tinto a un euro trasciende la economía. Es un estilo de vida. Una vida sencilla. Ordenada pero disfrutona. Los lunes que en dos horas completas todos tus recados, San Torcuato arriba, Santa Clara abajo, te acuerdas de la odisea que ha sido tantas veces encontrar en el extranjero pilas para el despertador u horquillas negras para el pelo. Zamora, como su buen vino, mejora con los años. Como los amores, gana en la distancia. Cuando tienes el espacio y el tiempo para apreciar el enorme privilegio que es ser zamorano. Aunque algunos no puedan creerlo.

Aunque tú mismo te sorprendas a veces de tu nuevo patriotismo local. En Zamora se vive bien. Y no se vive bien en la mayor parte de lugares del mundo. Por inseguridad, por masificación, por estrés o por facturas de miles de dólares en un hospital, en muchas ciudades del mundo no se vive tan bien como en Zamora. Y qué más se le puede pedir a la vida que vivirla bien. Claro que a Zamora le faltan cosas. Le faltan oportunidades. Le falta promoción. Le faltamos nosotros. Los que queremos volver y necesitamos una pista de aterrizaje. Algunos ya lo han hecho con más o menos suerte. Las chicas de La Puerta de la Cabeza dinamizaron la ciudad y dieron nueva vida a nuestra calle más bonita, Balborraz. Los de El Canalla (y su patio veraniego) han montado un local a la altura del más moderno que vaya a abrirse mañana en Malasaña. Algunos amigos periodistas (y alrededores) estamos gestando una idea para enseñar en colegios e institutos que el amor por la palabra y la imagen es el mejor pasaporte para que le salgan alas a esas raíces robustas con las que nacemos todos los zamoranos. No somos el futuro de la ciudad, somos parte del presente. Queremos serlo.

Los que estamos fuera también estamos. También (quizás incluso más) nos morimos de pena cuando vemos el enésimo local que ha cerrado. También nos duele que algunas de nuestras escuelas rurales sean ahora un tanatorio. Literalmente. También, y sobre todo, nos rompe en pedazos que se haya asumido que somos, que seremos, los que estamos fuera. Queremos tener la opción de dejar de serlo. De momento, nos vemos en Navidad. Os seguiré escribiendo desde el otro lado del charco. Dejándoos, cada sábado, por aquí, mis telares. Mi madre dice que soy una experta en eso. "Hija, enseguida se sabe que estás en casa".