Tal vez, desde donde usted esté mirando cómo camina el día, no haya percibido aún que la luz es un poco menos luz, que tiene acaso otra hondura, que es quizás un poco más espesa y que parece aspirar al gris, que es un color del mismo linaje que la rutina.

Quizás desde donde usted está mirando el curso legal de la mañana lo que vea no le predisponga a aceptar que está llegando el otoño, que viene caminando ya sobre hojas caídas, que trae entre las manos su larga carga de cobre.

El otoño llega, como suelen llegar las estaciones, a hurtadillas. No marca una línea de fuego, no traza una raya en la tierra, un "desde aquí en adelante" claro y contundente. Al contrario, el primer día del otoño no suele presentar demasiadas variaciones con el último día del verano. Los comienzos casi siempre son discretos, silenciosos. El otoño acostumbra a empezar despacio su carrera. Lo dice Tomas Mann en "La Montaña Mágica": "El tiempo, en realidad, no presenta ninguna cesura, no estalla una tormenta ni suenan las trompetas cada vez que se inicia un nuevo mes o un nuevo año, ni siquiera cuando se trata de un nuevo siglo; son los hombres quienes disparan cañonazos y tocan las campanas para celebrarlo".

Pero los hombres nos atenemos al calendario de los hombres, que es tan voluble como los hombres mismos. En los libros de mi infancia, que es ese tiempo en el que yo no sabía escribir la palabra "equinoccio", la marca estaba puesta tal día como hoy, 21 de septiembre, pero luego nos han ido contando que eso es una mera aproximación y que el otoño llega, depende, entre el 21 y el 24, según ocurra el equinoccio, ese raro día que dura igual que la extraña noche.

Pero esta segunda inocencia de la que hablo a menudo da también para que uno acabe poniendo la raya de los tiempos allí donde más le gusta o le conviene, y a mí me conviene hoy el otoño, su temperatura, esa particular forma que tiene de proyectar la sombra de las cosas como si de pronto hubieran comenzado a oxidarse.

Así que podríamos convenir que hoy es otoño ya, que todo parece ir un poco más lento y un poco más frío, que se están marchando los vencejos, que el mar ya no es de los niños y que por las mañanas amanezco siempre algo destemplado. Pongamos que empieza a pasar todo eso y que es porque ha llegado el otoño, algo que a mí siempre me da un poco de irremediable tristeza. Pongamos que por esa razón, tan absurda como todas mis razones, empiezo hoy a descontar los días que quedan para el próximo verano.