Y, a última hora, ¿qué más da que el pretendido máster de Sánchez esté más o menos falsificado? El falsificador que lo habrá falsificado buen falsificador será. Y eso también tiene su mérito, digo yo. ¿Es que se exigen títulos, másteres o doctorados para regir ministerios o presidir gobiernos? Pues no señor. Mucho más importante y exigible es que el sujeto y su equipo hagan bien sus importantes cometidos a favor del bien común.

Y quien dice Sánchez dice de paso la pobre Cifuentes que iba tan disparada y se dio un tropezón no sólo con el título académico sino también con el sobrevenido asunto de un bote de tomate en pasta. No digamos Casado, ese indudable joven valor del Partido Popular, todavía en entredicho el pobre con su famoso máster a cuestas aún sin clarificar. ¡Qué puede importar eso!

Por lo que se sabe, las falsificaciones de los historiales académicos o profesionales están a la orden del día porque algunos de sus protagonistas se suelen mirar a sí mismos con excesiva benevolencia y no pocas veces los mejoran al alza con retoques y churretes. Estamos como empantanados en pequeñeces marginales magnificadas por los políticos en perjuicio de lo que verdaderamente importa. Como dice el Evangelio, colamos un mosquito y nos tragamos un camello.

Políticos hubo en los primeros años de la democracia que no habían pasado de dignos trabajadores manuales en un taller mecánico y llegaron a ministros de mucho remango en ejercicio y también de gran influencia en la televisión después de su retiro. Por cierto, ¿qué sería del inefable Corcuera, tan crítico con su propio partido que parecía un converso a la derecha?

Somos un pueblo masoca, malos para nosotros mismos, que hasta el momento ha sido próspero y ha podido con todo, pero que empieza a flaquear. De hecho, este verano han bajado los índices del negocio turístico.

Ese revanchismo larvado por los desastres de nuestros lejanos antepasados, vuelve a resurgir cuando ya lo creíamos archivado en la historia. ¡Qué espectáculo tan desagradable el del lunes con la comparecencia de Aznar en la comisión de las Cortes acosado con inaudita brutalidad por Iglesias y Rufián que convirtieron la comparecencia en una riña de plazuela!

No otra cosa suponen también esas obsesiones por recordar la guerra civil, excavar fosas, desenterrar a Franco, cambiar nombres de calles antiguas, incluso con ignorancia y arbitrariedad. Y, por si fuera poco, el tratamiento "soft" del recurrente separatismo catalán cada vez más peligroso.

No habría tiempo que perder ante lo que verdaderamente importa.