Vaya, estamos al comienzo de un nuevo curso. Otra vez la zozobra de cada septiembre. También la expectación ante desconocidos alumnos y compañeros de claustro -la tasa de interinos a media jornada no disminuye-. Me siento renovado, sin duda, aunque al mismo tiempo me preocupa que no se enfrenten algunos retos educativos que considero urgentes. El mayor de todos tiene que ver con el título que encabeza estas líneas: la necesidad de formar a niños, adolescentes y a la sociedad en general, en el uso racional del móvil e Internet. Quiero decir que tenemos por delante una tarea muy difícil, que debe ser abordada por familias, maestros y administraciones públicas. Desde hace algunos años he comentado con responsables educativos de lo que me parecía advertir en el comportamiento del alumnado en el instituto. Lo he reflejado en las páginas de este periódico en más de una ocasión. Estamos ya en situación de exigir a la Consejería de Educación, la puesta en práctica de programas de formación de profesorado que permita enfrentar el escenario de esta nueva patología social de consecuencias muy graves. Me refiero a la adicción al móvil. La generación anterior a Internet hemos hecho esfuerzos para incorporar tantos avances sin parecer demasiado torpes, no sabíamos qué perjuicios acarreaba esa dependencia. Hoy ya sobran las evidencias del mal causado y en colegios e institutos las vemos diariamente. No obstante, se continúan programando cursos de formación sobre herramientas TIC, como "Aula virtual Moodle y Office 365", vamos a proponer a nuestros alumnos que sigan abriendo una pantalla más para hacer los deberes? No sé, me cuesta entenderlo, creo más necesario tratar de formar al profesorado para que enseñen a sus alumnos sobre los riesgos del uso del móvil y las redes sociales. Si algo resulta apremiante hoy es que desconecten. Los jóvenes pasan muchas horas al día pendientes de la pantallita como para instarles a seguir haciéndolo por mandato académico. Ya sabemos que al lado de la plataforma Edmodo o Moodle está la pestaña de Instagram, Facebook o páginas aún peores.

Tenemos un problema social y debemos acometerlo estableciendo normas para el uso correcto del smartphone. Hay que poner límites y estos deben comenzar por las familias - será preciso informar con detenimiento a padres y madres - después en escuelas e institutos, en donde no deberían entrar móviles, no son necesarios. Necesitamos una ley como la francesa para nuestro país. Por último, son imprescindibles las campañas de los expertos en la materia, que nos ayuden a tomar conciencia de los riesgos de este gran invento que ha revolucionado en apenas veinte años la manera de comunicarnos, de divertirnos, de pensar y hasta de vivir.

"Desconecta" es el título del libro de Marc Masip, publicado esta misma semana, que aborda con sencillez y rigor los riesgos que conlleva el uso del móvil. Este psicólogo pretende facilitarnos un método para desengancharnos de la tecnología digital y recuperar la conexión con la vida real y las personas. El texto nos invita a tomar conciencia de nuestro propio nivel de dependencia y analiza multitud de casos reales de personas que han pedido ayuda. No pretende demonizar las nuevas tecnologías sino ver cómo las usamos para mejorar nuestra vida. Resulta evidente que los avances tecnológicos e informáticos pueden favorecer la vida laboral, la comunicación con las personas queridas, el acceso a conocimientos y también orientación en este mundo complejo en que vivimos. Jamás negaré las ventajas y favores que nos proporciona internet ni dejaré de avisar de los posibles "efectos secundarios". Cuando estos son evidentes en la calle, en las aulas, en la oficina o en el hogar, se precisa poner en marcha algún tratamiento. Lo deben hacer especialistas como Masip, que propone partir siempre de dos premisas indispensables: la empatía y el cambio de hábitos.

Termino con un aviso que he compartido con chicos y chicas en las clases de Bachillerato:

"Tu libertad y tu felicidad dependen de tu poder para decir ¡basta! Desconecta".