Tras la tregua de las vacaciones la normalidad - en Zamora siempre asfixiante - se ha instalado sin grandes sobresaltos, lo que no significa que los problemas se hayan resuelto solos, antes bien aquí parecen perpetuarse. Verbigracia: ¿qué se hizo del Centro de Adultos, del socavón de la antigua Universidad Laboral, de los nuevos cuarteles de la Policía Municipal y Bomberos, de la restauración del puente de piedra y las murallas, del conservatorio de música, del soterramiento de los cables en el casco histórico€?

Sencillamente nada, siguen ahí para recordarnos la desidia de nuestros políticos y nuestro conformismo cómplice. Sin embargo, no seré yo el que llame a la movilización para resolverlos. Sinceramente nadie lo hace. No obstante, me permitirán que traiga a colación otro, a ver si con este hay suerte. El pasado día 3 se cumplieron veinticinco años de la muerte, en el París de sus afanes, del escultor Baltasar Lobo Casquero. Para la ocasión la Asociación de Amigos del artista, con el patrocinio del dinero de todos, ha programado algunos actos. También hace ya meses inició una recogida de firmas para conseguir tenga un "centro de arte", eufemismo de moda que al parecer es menos vulgar que museo.

Haciendo memoria este problema es uno más de los atrapados en la maraña de la política local. Todo empezó hace ya bastantes años, cuando la sociedad zamorana - artistas incluidos - descubrió al escultor nacido en Cerecinos de Campos. La presentación en sociedad de Lobo se hizo en una exposición que pudo verse en la sala de la Caja de Ahorros Provincial de Zamora de la calle de Santa Clara en los últimos días del verano de 1984. Fue entonces cuando la Caja adquirió, entre otras obras, el "Hombre Adámico", inicialmente titulada "Homenaje a León Felipe", para donarla a la ciudad. Por si alguien no lo sabe la monumental escultura en bronce está colocada en medio de la foresta del parque que lleva el nombre del poeta nacido en Tábara, lo que equivale a decir, escondida para propios y extraños. A rebufo del descubrimiento, José Luis Coomonte, encargado de cocinar la organización de la VIII Bienal de Zamora (1986), dedicada a la escultura ibérica, como buen cocinero que es, incluyó a Lobo como artista invitado.

Para la ocasión en la sala de la Biblioteca Pública, al aire libre en la aledaña plaza de Moyano y en la sala de la oficina subcentral de la Caja de la calle de San Torcuato, se expusieron cerca de medio centenar piezas. Baltasar, abrumado por tantas atenciones y pensando que en Zamora la cultura importaba, en un arrebato de generosa ingenuidad, ofreció donar - firmándose incluso un documento - las veintiocho obras cedidas por él para la muestra, a condición de erigirle un museo. Condición que al no materializarse llevó al artista a reclamarlas - en su nombre lo hizo su abogado Jean Latrille - a la Caja de Zamora, depositaria de las mismas.

Cuando la muerte sorprendió al escultor, su viuda - Mercedes Comaposada Guillén - insistió en la reclamación, pero su muerte, pocos meses después, dejó las cosas como estaban y sin aclarar una cuestión no menor: la reclamación exigía la devolución de las veintiocho obras prestadas y la Caja manifestaba entonces, por boca de su director, custodiar solo veinticinco. Lo que sucedió más tarde, ya en los inicios del presente siglo, es conocido, aunque no está de más recordarlo: el Ayuntamiento de Zamora adquirió la obra que Lobo tenía en París - lo no devuelto suponemos se convirtió en donación de facto - pagando a cambio los derechos correspondientes al fisco francés. Después se trajo a nuestra ciudad y una parte formó el embrión o como quieran llamarlo del Museo de Baltasar Lobo, instalado de manera provisional en la desacralizada iglesia de San Esteban, y otra quedó depositada en el Museo Provincial, donde sigue.

El mismo Ayuntamiento que realizó la compra, utilizó fondos europeos para instalar en el Castillo el Museo Lobo, encargando a propósito al arquitecto Rafael Moneo la redacción del proyecto, si bien los trabajos de excavación y exhumación de escombros, que dejaron al descubierto las múltiples huellas de sus varipintos usos, desaconsejaron hacerlo. Y así el dinero se gastó en la rehabilitación de la ruinosa fortaleza y el museo quedó por hacer. Para salir del aprieto se adecuó la cercana Casa de los Gigantes, acomodando en ella lo que estaba en San Esteban, y exponiéndose en los jardines y en el "rehabilitado" Castillo algunas de las piezas de mayor tamaño. Por cierto que una de ellas, la catalogada como "Mujer sentada con las manos cruzadas", que ya se expuso en la bienal, se prestó en 2015 para exhibirse en la exposición "Lobo en las Cortes de Castilla y León", y aunque se autorizó prorrogar su estancia en Valladolid un año, allí sigue, sin que al parecer a nadie preocupe su suerte, habida cuenta que el préstamo venció en marzo de 2016. ¿Qué hace la Fundación Baltasar Lobo y el Ayuntamiento que no la reclaman?, o es que piensan regalarla.

Tomen también nota los Amigos que están catalogando su obra. El "affaire" Lobo, si se me permite el galicismo hoy aceptado por la RAE, sigue planeando después de décadas. Su resolución, que supone un nuevo traslado del museo a las antiguas casas consistoriales, y está supeditada a que la Policía Municipal abandone el edificio cuando se resuelva el paralizado proyecto de reforma de la antigua sede del Banco de España, se nos antoja pueda demorarse "ad calendas graecas". Y además quién nos dice que esta es su mejor y por tanto definitiva sede.

Si Lobo hubiera sabido del insidioso trajín de su obra y que terminaría sepultada en una ciudad de provincias, seguramente se hubiese arrepentido, y habría dado marcha atrás. Como ya he manifestado en otras ocasiones novios no le hubiesen faltado. Pero cayó aquí, y con ese "regalo", salido del bolsillo de los zamoranos, sinceramente no sabemos qué hacer.

Por eso el culebrón, qué duda cabe, continuará, pues instalados en la "pospolítica" vemos con estupor que nadie, sea el ayuntamiento azul, rosa o rojo, es capaz de resolverlo de forma satisfactoria. O si lo prefieren, acudiendo a la sabiduría de S. Zizek, se nos hace ver la ilusión de estar actuando políticamente cuando en realidad no se está haciendo nada. Cobran por ello sentido las palabras de Emilio Lledó que introducen este artículo, tomadas de una entrevista que para ABC le hiciese Blanca Berasategui en 1993, y más tarde editadas con el título "Ética del inconformismo", referidas a la opinión que al filósofo sevillano le merecía la atención que en España se prestaba a la cultura y la educación.

Y además siguen teniendo actualidad, pues no parece que estemos dispuestos a sacudirnos esa desidia. Una cosa más, el Museo Lobo, si algún día llega a ser tal, no resuelve otro problema: el deseo de los artistas zamoranos de disponer de un centro donde depositar su obra, porque aquella oferta que Fernando Maíllo - hoy desaparecido - les hizo del viejo Palacio de la Diputación no sabemos si sigue en pie. Presumo que son demasiados museos para nuestro débil pulso, no obstante permanezcan a la escucha, porque el próximo año hay elecciones municipales.