Hipótesis, tesis y antítesis han vuelto a la palestra con vieja reciedumbre filosófica, como cuando los distingo, "reductio ad absurdum", "iusta modum" y "nego maiorem" amenizaban las ágoras escolásticas. En medio de este enredo dialéctico, los castellanoleoneses andan a la gresca no por la pureza de las tesis, sino por algo mucho más sensitivo y enervante: el olor pestilente y el efecto de los purines de los cerdos en nuestros escurridos acuíferos.

Sin que sirva de precedente, dejémonos de filosofías, a no ser para profundizar en el sabroso diálogo que entabla Miguel de Cervantes entre Babieca y Rocinante. "Metafísico estáis", le espeta el resabiado caballo de El Cid al esmirriado jamelgo de Sancho Panza, y este le confiesa sin remilgos: "Es que no como". En el soneto, insertado en los preliminares de la magna obra cervantina, pone don Miguel esta atinada observación en boca del compungido Rocinante: "Asno se es de la cuna a la mortaja".

La verdad es que los burros nunca han gozado de buena reputación. Ahora sobreviven gracias a las subvenciones para preservar alguna raza en peligro de extinción. Tampoco los cerdos o marranos se han librado de epítetos infamantes. Actualmente, se carga contra ellos, aunque sea mientras se degustan unas lonchas de jamón, porque, si los asnos menguan, los cerdos aumentan desmesuradamente, según denuncian los ecologistas. En España hay actualmente 29 millones de cerdos. En Castilla y León más de cuatro millones contra 2,5 millones de personas, o sea, que tocamos a 1,6 cerdos per cápita. En Zamora, que ronda los 180.000 habitantes, la diferencia es aún mayor: 2,6 cerdos por persona. En Segovia, que tiene poco más de 154.000 habitantes, hay un millón de cerdos, el equivalente a 6,5 per cápita. En algunos pueblos de la Tierra del Pan y de Campos tocamos a muchos más.

Desconozco si alguien ha analizado empíricamente los niveles de olor y el perjuicio para los habitantes que lo soportan, sobre todo cuando se remueven los purines o se usan para abonar las tierras. Pero creo pertinente subrayar que se debe informar minuciosamente sobre estos aspectos y que sean los habitantes de los pueblos quienes tengan la última palabra para decidir si desean contar en el término con explotaciones porcinas.

No vale aplicar la paráfrasis de que doctores tiene el Estado o la Comunidad Autónoma que sabrán responder, y menos ahora que están tan devaluados los títulos de doctor, aunque algunos colectivos lo usan sin serlo, como la inmensa mayoría de los médicos. Deberían ser tan ponderados como los farmacéuticos, que emplean el título de licenciado.

Me consta que se han escrito tesis doctorales sobre algunas de las enfermedades que afectan a los cerdos de cebo y recebo, sobre la sanidad animal en general e incluso sobre las cualidades beneficiosas para la salud de comer jamón ibérico. Bueno sería, si no se ha abordado ya, que se escribiera alguna tesis doctoral sobre el impacto económico, medioambiental y sanitario de los cerdos en las granjas rurales. A ser posible, sin plagios y con rigor académico.

Tampoco sería desdeñable que se informara sobre qué empresas o inversores promueven las macrogranjas de cerdos en Castilla y León, porque a lo mejor resulta que en algunas comunidades autónomas está prohibido instalar más y los empresarios del gremio encuentran aquí las facilidades que allí les niegan. Sería desolador que otros degusten los cochinillos y los jamones y a los castellanoleoneses nos endilguen la mierda que producen. Peor aún, que aquí no se instalen fábricas de transformación, que son las que generan más empleo y fijan población, que buena falta hace en las vapuleadas zonas rurales. Asnos hasta la mortaja, pero no imbéciles.