La vida transcurría en el pueblo sin sobresaltos y era tan plana y previsible como la llanura en la que se asentaba, sin embargo, aquel día la Plaza del Reloj estaba desconocida. De común tranquila, aparecía como desquiciada. Ruidos. Voces. Carreras apresuradas.

Con las primeras luces levantaron una plataforma metálica delante del salón que el municipio reservaba para los actos oficiales o de carácter cultural. Luego colocaron sillas a su alrededor con escrupulosa simetría y sobre ella izaron la bandera de la Comunidad. Algunos se acercaron. De manera ocasional, supongo. O tal vez no. En cualquier caso, la afluencia era constante y lo cierto es que a media mañana la pequeña plaza estaba prácticamente llena de visitantes. El ambiente era festivo. El señor alcalde repartía abrazos entre los diferentes grupos. Ejercía de anfitrión y lucía camisa blanca. Los lugareños aguardaban. Resulta que gentes llegadas de fuera, de esas que saben, se habían citado en Tábara para homenajear a uno de sus paisanos.

Su nombre era Felipe Camino Galicia de la Rosa. Un trotamundos a quien la vida habría de convertir en poeta. Yo apenas le conocía entonces. Hoy sé que su obra ocupa un lugar importante en la historia de nuestra literatura. Había nacido muchos años antes cerca de aquella plaza y siendo un infante abandonó la villa. Jamás volvió.

En 1920 publica con el seudónimo de León Felipe su primer libro, "Versos y oraciones del caminante". Tenía treinta y cinco años y lo hace en un momento en el que España sufre un proceso de descomposición que parecía no tener fin. El país vivía en la miseria y la conflictividad social amenazaba hacer saltar por los aires una convivencia ya de por sí precaria. Más allá de nuestras fronteras, el mundo caminaba con paso firme hacia la segunda de las grandes guerras.

La mediocridad , o villanía según los casos, de una casta política completamente enloquecida había hecho posible tal estado de cosas. Ahora llegaba el momento del compromiso. Se hacía necesario tomar partido y en aquella situación convulsa él optó por el bando republicano. Sin embargo, enemigo como era de cualquier tipo de sectarismo, nunca se plegó a consignas. De ahí que sea entendido, al menos por algunos, como un poeta "anómalo". Sí, porque en un país de tribus como la actual España, donde los intereses partidistas priman sobre los generales su honestidad intelectual es, sin duda, un hecho "anómalo" por su excepcionalidad.

¡Basta...! ¡Basta ya...! ¡Silencio...!

¡Que alguien amordace a las plañideras!

¡Que las calle! ¡Que acabe con los llantos

y sollozos mercenarios...!

O mejor..., ¡echadlas fuera!

¡Y al presbítero pagado?!

¡Echad de aquí a todos los presbíteros!

¡Silenciad sus salmodias...! ¡Acabad

con su doliente relato

y recuperad el templo!

¡Y tú! ¡Sí, tú...! ¡Tú también!

¡El de la guerrera...! ¡Contigo hablo,

cruel anciano, que has osado poner

la corona de laurel

en tu frente de tirano!

¡Basta ?! ¡Basta ya?! Que se vayan todos...!

¡Aseguraros de que ya se han ido?!"

En estos días se cumple el cincuenta aniversario de su muerte. Desde Zamora, desde la tierra en la que fue a nacer, sirvan estos versos para honrar su memoria.