Hasta que alguien se acerca a restaurarlo, sea de la forma científica y técnicamente ortodoxa, sea al estilo de las ancianitas del Ecce Homo de Borja y otros coloridos casos recientes, una tabla antigua, un artesonado o un suelo de madera pueden parecer sólidos y consistentes y sin embargo en su cara no vista estar completamente roídos por la carcoma o pochos por la humedad.

El paso del tiempo hace que el estado de las cosas vaya cambiando, también los usos y costumbres así como los comportamientos y la mayor o menor estimación de valores y virtudes. En el campo de la política en España tan solo en nuestra reciente historia democrática tenemos un magnífico ejemplo del que es significativa expresión el circo de los másteres y doctorado que todo lo ocupa en las últimas fechas.

Cuando los medios de comunicación y los ciudadanos permitimos que nos conviertan la política en un mero laboratorio donde se diseña el "perfil comercial" que deben tener los políticos que aspiren a conquistar nuestros corazones -forma sutil de referirse a nuestros votos-, vendemos nuestra alma democrática al diablo y promovemos que los candidatos sean jóvenes, guapos y con un cierto currículum que más se suele reflejar en el papel que en su trayectoria vital.

De ahí la necesidad de agrandar el currículum, no como consecuencia de la actividad profesional o de la vocación de aprendizaje y perfeccionamiento académico, sino como fin en sí mismo. Es la diferencia entre quien busca estudiar para alcanzar conocimientos y quien busca titularse para obtener reconocimientos. Para poder colocarse mejor en cada parrilla de salida de la vida política. Para que los diseñadores "digitales" de ascensos y sucesiones puedan presentar de forma aseada a sus elegidos.

Lo que al comienzo de la transición democrática eran casos excepcionales de simulación de títulos o construcción "ad hoc" de perfiles falsos, se fue generalizando con los años. El avance hacia la mediocridad, el fortalecimiento de los aparatos de mando de los partidos y la conversión de la política en una profesión con ánimo de perenne permanencia y no en lo que debería ser, una actividad circunstancial y coyuntural en la trayectoria de quienes a ella se dedican. Esta segunda opción permitiría contar con perfiles de prestigio que durante unos años dedicarían su esfuerzo a la cosa pública mientras que antes y después mantendrían su actividad profesional. La primera nos ha llevado a que la política sea hoy la actividad más denigrada en la percepción del imaginario colectivo español.

Son estos políticos los que, para tapar sus vergüenzas, se ven obligados a lanzar continuamente cortinas de humo, a desenterrar muertos, odios y dialécticas sectarias que una transición democrática, compleja, difícil, generosa y con extraordinaria vocación de acuerdo, paz y concordia había dejado enterrados hace ya cuarenta años. El político-mentira, el político-falacia, el político-hipocresía triunfa mientras otros le escriben la (pseudo) tesis doctoral.

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