La vida es un viaje, las vacaciones también. Vivir es "un sin parar", una fatiga con intervalos que son los días de asueto, de descanso, aunque a veces no lo son tanto pues hasta el viaje de recreo cansa.

Los que antaño salimos del pueblo, con pocos años pero con el tatuaje de sol y frío en la piel de niño, solemos volver para "resetear" aquellas vivencias tempranas que nos marcaron, sin duda, antes de dejar atrás prados y rastrojos, eras, caminos, horizontes infinitos de tierra cereal y cielos barridos por la luz transparente que nos vio nacer.

Estas vacaciones empezaron allí, en ese punto de partida que no deja de ser meta de fugaces retornos. Una comida, con los "mozos y mozas" de la quinta del '52, de Villarrín, da fe de lo antedicho. También visité la exposición del 120 aniversario del diario que imprime estas letras, con un cicerone de lujo, nuestro redactor jefe: Celedonio.

Ahora estoy poniendo fin al viaje, al tour veraniego, lejos de las nubes altas de mi tierra y de la planicie donde el aguilucho no se cansa de volar en picado cazando pájaros dormidos y ratones sesteando.

Estoy de vuelta de La Alsacia donde el prestigioso vino señorea en el campo de esa esquina de Francia, como el trigo en nuestra tierra, con la diferencia que allí el líquido elemento, desde antiguo fecundo, ha sido fuente de riqueza. Nada parecido al grano moreno de trigo que poco más que el pan de cada día vino a ser para nosotros.

La Alsacia es un paisaje agrícola como pocos; me refiero a la belleza del campo en su esplendor productivo, en la riqueza monumental con casas de entramado de madera, tejado a dos aguas y balcones floridos por doquier. El vino aquí dio dinero y prosperidad desde antiguo. Esta es la cara de la moneda alsaciana pero también tiene su cruz , la de la disputa, en sendas guerras mundiales, y también antes, por la posesión de este vergel, entre Alemania y Francia. En los pueblos, arrebatadoramente pintorescos, de esta región del dios Baco, otro Dios, con brazos en cruz prodiga su imagen junto a viñedos fecundos, para consuelo de familias que perdieron a sus hijos al verse obligados a cambiar la navaja de injertos y la tijera de podar por armas de segar vidas.

Desde La Alsacia seguimos camino a la región limítrofe alemana: La Selva Negra. Aquí el árbol explica el pasado de la región en clave natural. Un paisaje de tupidos bosques que dan nombre excesivo a la zona cuya espesura dejaba poco espacio a los rayos solares, y reducida visibilidad en los caminos, pero ni negra ni selva es. No obstante las coníferas, singularmente el abeto, le dan ese aspecto oscuro, de un verde exuberante. Aquí, antaño mandaba el árbol sin más remedio, como tótem antiguo de veneración y como materia prima de edificación de viviendas, tal que el adobe y barro en las nuestras. Un museo al aire libre, en Gutach, refleja el tipo de vida que el bosque propiciaba y permitía: paredes de madera, techos de paja, escasas ventanas. Poquísima luz en las casas que a duras penas podían librarse del frío y la constante humedad. Una sociedad rural mimetizada con el bosque para bien y para mal. De ese predominio del árbol, como santo y seña del hábitat característico, nos queda el famoso villancico alemán: "O Tannenbaum" : el árbol de Navidad que se cristianiza y pasa fronteras significando pasado pagano, símbolo de pujanza y nacimiento vegetal, asociado a la fiesta cristiana, aunque en los tiempos actuales deriva en reclamo de consumo ornamental principalmente.

En Heidelberger, visitamos el castillo que domina la ciudad con ese predominio visual que tienen en España, desde lejos, los castillos de Medina, Peñafiel, o el mismo conjunto monumental que forman la catedral y castillo de Zamora.pero en estos pagos germánicos el feudalismo fue más contundente y duradero, por lo que se yuxtaponen palacios fortificados que tuvieron uso hasta el siglo XIX. Curiosamente de su antigua magnificencia mobiliaria solo queda una cuba gigantesca con capacidad para 220. 000 litros de vino(!) Un alarde señorial inimaginable si no se ve " in situ". Parece ser que el Gran Elector del Palatinado y su corte no lo tomaban todo y se repartía entre las gentes de su dominio. Ya sabemos que el vino alegra los corazones; pues bien, un bufón venido de Italia, tuvo la ocurrencia para sus ociosos señores de sugerirles que sobre el inmenso barril se colocara una plataforma de baile, como así pudimos comprobar, incrédulos, tras mostrárnoslo la guía.

En fin, no sólo de cerveza vivían los germanos. Este record de capacidad etílica es una frivolidad comparado con la veintena de Premios Nobel con que cuenta la Universidad de Heidelberger. Ciudad ésta, que respetaron los aliados en la segunda guerra mundial. No así los nazis que arrasaron la sinagoga, cuyos feligreses ya sabemos dónde terminaron.

Un servidor paseaba por la calle principal peatonal y fue a dar en una librería de viejo donde adquirí un libro tiempo atrás leído, pero ahora rescatado en ese lugar tan distinto y distante de los que son escenario en "Viejas historias de Castilla la Vieja". A su autor, Miguel Delibes, le hubiera gustado la anécdota de este hallazgo mío, como si de conseguir una valiosa pieza de caza se tratara.

No terminan aquí las conexiones con la tierra que uno lleva consigo aunque se vaya lejos de viaje: En la catedral de Estrasburgo hay un tímpano donde aparece esculpido el tránsito de María. Muchas catedrales francesas se titulan Notre Dame, en ésta también preside la entrada una estatua de la Virgen con el Niño en el parteluz. Dentro, un reloj de gran tamaño y múltiples funciones (astronómico), del siglo XVI, atrae grupo de curiosos que ignoran el silencio debido. Alguien puede pensar que tan excesiva maquinaria sobra en el templo, pero está puesto ahí, más como sentido filosófico y teológico profundo que como alarde técnico. Así lo entiendo yo: En la casa de Dios, que trasciende el tiempo, una herramienta lo mide a nuestra pequeña escala existencial en la que poco más que figuras del carrillón somos. Ya San Agustín se planteó el problema del tiempo y estos relojes de iglesia, con toda su maravillosa complejidad, no hacen sino remitirnos a la eterna pregunta cuya respuesta tiene a Dios por atajo o a Einstein con nueva formulación.

Estrasburgo quiere marcar los tiempos de la política europea, desde el Parlamento allí constituído. Todo encaja en una ciudad, capital de la Alsacia, y una de las más importantes de Europa, que de momento no está para brindis. El tiempo lo dirá. Mientras tanto bebamos con moderación. En este continente que civilizó a medio mundo empiezan a sobrar abstemios de ideas y borrachos de palabrería.

Es una pena que termine, el relato de un viaje bonito, un tanto pesimista después de haber visto tanta belleza sembrada, en campos y casas. Es lo que hay. Sales de excursión y no siempre consigues poner la mente a pasear.