Mañana empiezan las clases en la Universidad de Salamanca. Sí, mañana. Lo recalco bien porque cuando lo he compartido con amigos, conocidos y otras personas que se han cruzado en mi camino durante los últimos días prácticamente todos han pensado que les estaba gastando una broma. "¿Pero de verdad que el día 10 de septiembre arranca la Universidad? ¡Pero si en mi época empezábamos en octubre!". Pues sí, ahora comenzamos mucho antes, incluso nos hemos adelantado a quienes van a cursar la Educación Secundaria Obligatoria (ESO), que arrancan dentro de siete días. ¡Ya ven cómo vamos cambiando sin apenas enterarnos! Atrás quedan esas imágenes y esos recuerdos de un inicio de curso universitario que, visto con los ojos del presente, era excesivamente tardío. En muchas ocasiones los estudiantes se incorporaban a las aulas después del 12 de octubre. Entonces, claro, no existían el Plan Bolonia, los ECTS, el Trabajo de Fin de Grado, las comisiones de calidad ni otros palabros que usamos habitualmente en los ambientes universitarios.

Yo estoy encantado de volver a pisar las aulas universitarias, ver las caras de los nuevos estudiantes, compartir con ellos lo poco o lo mucho que uno pueda transmitir durante los próximos meses, volver a cruzarme por los pasillos con quienes han sido mis estudiantes durante estos años y, en definitiva, de respirar ese aire universitario que muchos solo empiezan a echar de menos cuando precisamente ya han finalizado los estudios o han alcanzado la edad de jubilación. A mí me pasa todo lo contrario. En mis casi 28 años vinculado a la Universidad (apenas tres meses en Valladolid y el resto del tiempo en Salamanca), siempre he esperado con muchas ganas, incluso con desbordada emoción, el inicio de un nuevo curso. A veces imagino qué sucederá el día que tenga que jubilarme. Aunque aún faltan muchos telediarios que ver hasta que llegue ese día, lo pienso con cierta frecuencia. Será muy difícil empezar un nuevo septiembre y que ya no tenga que cruzar el umbral de una puerta para ver a mis estudiantes. Pero bueno, todo se andará.

Mientras aterriza ese día, lo importante es tener bien cargadas las pilas, reunir las mejores herramientas y empezar a disfrutar (siempre que se pueda) de una nueva etapa, que en mi caso se inicia mañana en las aulas universitarias y a la que seguirán muchas más. En ese largo camino de más de diez meses, docentes y estudiantes encontraremos algunos puertos de montaña, innumerables e infinitos llanos, numerosas bajadas peligrosas y un sinfín de recovecos que habrá que ir sorteando y recorriendo poco a poco. O sea, que unos y otros nos tropezaremos con los mismos rincones, escondrijos y paisajes que puede encontrar cualquier persona, indistintamente de si trabaja en la Universidad, en una empresa de mensajería, en un centro de salud, en una oficina bancaria, en un centro ocupacional, en una cadena de montaje o en el quiosco de la esquina. Porque, al fin y al cabo, todos tenemos que recorrer un camino que, aunque no lo parezca, siempre es nuevo. Un camino que, sin embargo, no siempre es igual de fácil para unos que para otros.