S er padres es biológicamente fácil para parejas fértiles, pero se complica culturalmente por las exigencias del Estado, las presiones de la sociedad de mercado, los preceptos de las religiones, los prejuicios familiares y la educación recibida por el padre y la madre o sus nuevas variantes. En parejas que no son fértiles, por incapacidad de uno o de los dos, o por tratarse de pares del mismo sexo también se entrometen la ciencia, la ética, los gobiernos, el negocio biosanitario...

Solo a los padres adoptantes se les pide que reúnan todas las condiciones del concepto cultural "paternidad" en este presente y este país y se les obliga a aceptar requisitos que no se exigen a los padres naturales.

Esos niños entre los que buscan uno están en adopción porque sus padres no quisieron o no pudieron cumplir con las condiciones mínimas de crianza. Los hijos abandonados, incondicionalmente, en contenedores de basura o instituciones son protegidos de unos nuevos padres por folios de letra pequeña y trámites que, en un proceso que se identifica con el amor, rozan la crueldad. Es comprensible que en el proceso de adopción legal la burocracia, ese medio, se imponga al fin y el árbol contractual impida ver el bosque: una crianza.

Una pareja aragonesa adoptó a una niña en la India y, tres meses después, la entregaron al servicio de menores de Aragón porque se consideraron engañados (¿estafados?). Se les dijo que la niña tenía casi 8 años y resultó ser una adolescente de 13.

En una situación normal, las personas mayores, por serlo, tienen responsabilidad sobre el daño que pueden causar al menor. En una situación ideal, los adoptantes deberían desear más que la criatura tenga padres, a ser padres ellos mismos.