Se cumplen este mes de septiembre cien años de la muerte de Sor Dositea Andrés, una monja que dio su vida en el cumplimiento del deber de prestar auxilio a los enfermos de la epidemia de gripe del dieciocho.

La Comunidad de Religiosas Siervas de María se multiplicaban con el afán de atender a tantos afectados por la gripe que azotaba a la población europea y en especial a los zamoranos.

Sor Dositea Andrés destacó en la atención a los soldados enfermos de aquella epidemia que se encontraban destinados en el Castillo de Zamora. Cada día marchaba alegremente ilusionada camino del Castillo a atender a los afectados a sabiendas del riesgo de resultar contagiada, como así ocurrió.

Sor Dositea y otras compañeras de Comunidad derrochaban paciencia, repartían cariño, distribuían alimentos y medicinas, descansando solo cuatro horas al día. A Sor Dositea se le acababan las energías y hasta se acabó su existencia.

El día 30 de septiembre de aquel nefasto año 1918 fallecía la Sierva de María Sor Dositea Andrés, víctima de aquella gripe que asoló a una buena parte de la población en nuestra provincia. Un periódico local, al día siguiente, titulaba la noticia: "El deber. Sor Dositea Andrés, Sierva de María; de la Comunidad de Zamora, que entregó su alma a Dios en el día de ayer, murió cumpliendo con su deber".

Se daba la triste circunstancia de que aquel año, además de las víctimas de la epidemia de la gripe, también se sumaban los miles de muertos que caían en los campos de batalla en el fragor de la Primera Guerra Mundial. Hacía ya cuatro años que las Naciones luchaban por un conflicto que nació en Europa y terminó extendiéndose al mundo entero. España se mantuvo neutral a la guerra, pero no evitó que penetrara en nuestro país aquel mal transmitido por el bacilo de Pfeiffer que invadió tantos hogares y se llevó las vidas de muchos chicos y grandes.

Aquella calamidad pública tardó varios meses e extinguirse, pese a las muchas medidas de higiene y profilácticas que se recomendaban, aunque antes de terminar aquel año se extinguía la terrible epidemia.

Por fortuna, también la Primera Guerra Mundial cesaba el 11 de noviembre cuando, en un vagón de tren en el bosque de Compiégne, los representantes de las potencias aliadas firmaron el armisticio con Alemania.