Nuestros antepasados construían castillos porque les sobraban piedras. Esa parece ser hoy en día la idea imperante. Nunca hubo migraciones. Nunca hubo otros pueblos que necesitasen, por una razón u otra, cambiar de territorio o desearan, por distintos motivos, expandir sus convicciones, su dominio, o su área de influencia económica.

Nuestros antepasados construían castillos porque la fraternidad es algo que ha existido siempre y todo se puede resolver hablando. Nuestros antepasados construían castillos porque estaban seguros de que los almohades, los almorávides y los benimerines venían con buenas intenciones y era cuestión de integrarlos.

Lo de las Navas de Tolosa fue una conspiración racista y xenófoba de cuatro fascistas que no estaban dispuestos a perder sus privilegios ni a solidarizarse con los pobres del sur de su frontera.

La tierra, lo construido, lo trabajado por las generaciones que nos precedieron, es de todos, de cualquiera, del primero que pase, porque ni costó nada conseguirlo, ni pensamos tener hijos a quien dejarlo. Esa es la opinión de unos cuantos, fáciles de identificar, porque mayormente son hijos de gente que no hizo nada y padres de nadie.

Pero resulta que nada es gratis. Que tenemos libertades porque mucha gente se dejó la vida por ello, tenemos derechos porque en Europa se hicieron revoluciones en vez de huidas masivas, y tenemos bienestar, mucho o poco, porque los castillos se hicieron, en realidad, para defender una forma de vivir y de pensar.

Nunca sobraron piedras.