Me enteré del caso protagonizado por el chileno Mauricio Rojas por un artículo de Mario Vargas Llosa que contaba el brevísimo paso de aquél por el ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio del país andino. Rojas fue destituido el pasado 13 de agosto por el mismo político que noventa horas antes le había nombrado: el presidente chileno, Sebastián Piñera.

Conocí a varios exilados de Chile durante la dictadura de Pinochet, entre ellos al actual jefe de la diplomacia de ese país, Roberto Ampuero, con quien coincidí en Bonn, entonces capital de la RFA, donde ambos trabajábamos de corresponsales.

He buscado datos sobre Rojas y he sabido que, tras militar en el Movimiento de la Izquierda Revolucionaria, se exilió en Suecia, y, tras caer del caballo como Saulo, llegó a diputado del partido conservador de ese país, donde defendió toda suerte de causas liberales, entre ellas el libre mercado en educación.

Cada cual tiene pleno derecho a cambiar de opinión y olvidar sus pecados o errores de juventud. Sólo me sorprende, o tal vez no tanto, conociendo su trayectoria, que el autor de "La Ciudad y los Perros" parezca culpar ahora exclusivamente a la izquierda chilena del golpe de Estado de Augusto Pinochet.

Vargas Llosa atribuye en su artículo de El País la destitución de Rojas a "una izquierda que yo creía, ingenuo de mí, reformada y democrática".

Y agrega "Sigue siendo la misma que contribuyó con su sectarismo extremista y retórica incendiaria e irreal en los tiempos de (Salvador) Allende a destruir la democracia chilena y a llevar al poder al sanguinario régimen de Pinochet".

O sea que fue la izquierda de aquel país que , con su sectarismo, propició el golpe, en el que tal vez nada tuvieron que ver los asesinatos de jefes militares leales al líder de la Unidad Popular como el general René Schneider, ni por supuesto la financiación de medios de comunicación y militares golpistas por la CIA.

La propia prensa norteamericana ha reconocido a posteriori el papel que tuvo en el Pinochetazo el Gobierno de Richard Nixon, y en especial su entonces secretario de Estado, Henry Kissinger, que no escatimaron medios para impedir que prosperara el régimen de Allende y contagiara a otros países del continente.

No entro ni salgo en los motivos del presidente chileno para destituir a Rojas, a quien la izquierda chilena reprocha el que calificara el Museo de la Memoria chileno de "montaje cuyo propósito es impactar al espectador, dejarle atónico e impedirle razonar", lo que, según él, constituye "un uso desvergonzado y mentiroso de una tragedia nacional".

Pero cargar sobre la izquierda de aquel país el peso de la responsabilidad del golpe de Estado de Pinochet es lo mismo que justificar el golpe de Estado del general Franco por las pugnas internas de los partidos de nuestra Segunda República.

Una cosa es que los vencedores escriban siempre la historia, y otra es que, incluso décadas después, restablecida ya la democracia, no puedan los vencidos tratar de contar al menos su parte de verdad.