Siete. Hasta la fecha, son siete los presos fugados de distintas cárceles españolas en lo que va de año. 2018 es el año de las fugas. Los siete, que de magníficos tienen lo que yo de cura, son asesinos y violadores. A cada cual más violento. A cada cual más peligroso. A unos se les pilla, afortunadamente para la integridad y tranquilidad de la población, pero otros siguen en busca. Tras de todos ellos, historias de violencia y alguna que otra de amor a partir de su entrada en prisión.

Instituciones Penitenciarias tiene sobre sí un marrón pistonudo. Siete presos, siete cárceles distintas. Se van con el pertinente permiso penitenciario y ya no vuelven. No vuelven los peores, los más violentos, los de pelaje asesino, los que no debieran salir de la cárcel hasta cumplir íntegramente sus penas. Pero salen porque la Ley y la Justicia en España son en exceso permisivas. Y lo son con los malos de solemnidad. Con los reincidentes. Con los que no tienen escrúpulos a la hora de descuartizar, quemar viva o degollar a su víctima. En el mejor de los casos, y si es mujer, la violan. A veces las dejan vivir, en la mayoría de ocasiones se las llevan por delante para que no hablen o simplemente por el placer que experimentan viendo correr la sangre.

Si también con esa gentuza hay que practicar el buenismo que paren que yo me apeo de esta burra. Porque todavía hay quienes los llaman "pobrecitos" y sienten una misericordia confundida hacia ellos creyendo que volverán al redil. Estos asesinos y violadores lo llevan en los genes, lo llevan en la sangre, no obstante cuentan con sus defensores. Entre colombianos, dominicanos y españoles, la nómina carcelaria es impresionante, tres de las nacionalidades, no sé si por ese orden, que abundan en las prisiones españoles.

Esa gente mata por placer y no da ninguna garantía y no da ninguna seguridad saberlos en la calle. Hay quien escapa de Navalcarnero y se le detiene en Pozuelo de Alarcón. Pero hay quien se fuga de la prisión de El Dueso, en Cantabria, y se le atrapa en la frontera entre Senegal y Gambia. Desde el 2 de febrero cuando se produjo la primera fuga protagonizada por un español de origen dominicano, Henry Ramírez Rosario, no ha habido un solo mes sin su fuga correspondiente. La séptima data de este fin de semana. Nunca se habían producido tantas fugas de las prisiones españolas, aprovechando permisos penitenciarios o algún tipo de traslado a los Juzgados o a un hospital, como hasta este año que yo no calificaría de gracia, sino más bien de desgracia.

El rostro de los fugados, mete miedo. Hay algo en sus miradas, hay algo en el rictus de sus labios o de sus bocas que hace estremecer y no de placer, sino de un miedo que recorre la espina dorsal y se bifurca hacia todo el cuerpo. Abrir diligencias por parte de Instituciones Penitenciarias y Guardia Civil, con el fin de depurar responsabilidades si las hubiera, no es suficiente. Hay que endurecer las penas, hay que evitar en lo posible la salida de los presos peligrosos y de hacerlo, redoblar la vigilancia para evitar que este suma y sigue que se ha producido en España desde el pasado febrero continúe su curso ascendente.