El evangelio de este domingo es claro y directo: Jesús dejó en evidencia a los fariseos y escribas, y hoy deja en evidencia a nuestro mundo. Solo es posible cambiar el mundo si cambia la persona. No podemos pretender que las cosas cambien si cada uno de nosotros no cambiamos.

Jesús desenmascara a los fariseos. Estos viven de tradiciones y preceptos humanos, pero están lejos de Dios; el culto que le dan está vacío, carece de una verdadera vivencia personal y de una auténtica conversión.

Los fariseos son los personajes más aborrecibles del Evangelio. Contra ellos pronunció Jesús sus más terribles palabras. El Señor no podía callar ante aquellos que despreciaban a los demás llevados de su espíritu crítico, que veían con lupa los defectos ajenos y exageraban las faltas del prójimo, que se fijaban en lo pequeño y descuidaban lo importante, que daban mucha importancia a lo accidental y muy poca a lo esencial.

Jesús rompe con las tradiciones sin sentido, crea en torno suyo un espacio de libertad, donde lo decisivo es el amor. No le preocupa conservar intacto el pasado, sino que surjan personas nuevas capaces de vivir con fidelidad la Buena Noticia de Dios y que hagan posible otra manera de vivir. Vivir en el amor de Dios y ser testigos de ese amor.

"Las maldades salen de dentro del hombre". Los robos, los homicidios, los adulterios, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, la envidia, la difamación, el orgullo, la frivolidad, que de tantas maneras toman cuerpo en las costumbres, modas, instituciones y estructuras de nuestra sociedad, "salen de dentro del corazón". Tenemos localizado el foco de la infección.

El Señor tiene claro dónde está el origen del mal, del pecado y de todas las formas en las que se concreta: en el interior de la persona. Por eso la sociedad no puede cambiar si cada persona no cambia; para el creyente la conversión personal es el primer escalón de cualquier cambio.

También hoy corremos el riesgo de caer en una religión externa, basada en prácticas y ritos vacíos y sin poder para transformar nuestras vidas. Seguir honrando a Dios solo con los labios. Resistirnos al cambio personal y vivir olvidados del proyecto de Jesús: la construcción de un mundo nuevo según el corazón de Dios.