El británico Richard Ford fue autor de una de las primeras guías de viaje que se publicaron sobre España en el siglo XIX. Ford había venido a vivir a Sevilla en 1831 buscando un clima más benigno para su mujer enferma y durante unos años vivió y viajó por toda España, en plena eclosión del romanticismo. Como fruto de estas experiencias, Ford publicó en Londres 1845 un "Manual para viajeros por España", una guía que modeló la imagen de España de muchos británicos durante varias décadas en el siglo XIX. Hojear las páginas del Manual es un fascinante viaje en el tiempo para entender cómo era la imagen que de España tenía el público inglés culto durante los años en los que se consolidó la narrativa de los Estados nación en toda Europa. La España a la que llega Ford es un país que intentaba superar las heridas de una brutal ocupación militar francesa seguida de una guerra de liberación que arrasó las infraestructuras y las haciendas de gran parte del país. Es importante entender que Ford no escribía para los españoles, sino para los británicos, y que en su su obra hay una obsesión por lo pintoresco y por el tipismo que busca no defraudar a sus lectores, de ahí que se detenga a describir, (y a pintar) por ejemplo los trajes típicos de cada comarca. En un mundo que se modernizaba a gran velocidad, el romanticismo europeo asignó a España el papel de la autenticidad bárbara y sensual de un pueblo auténtico, semítico y atrasado, frente a la industrial y aburrida Europa protestante del norte. Además, para los lectores británicos a los que está dirigido el libro de Ford, España no era un país cualquiera: todos habían seguido las campañas - a través de la incipiente prensa moderna- de lo que llamaban la Guerra Peninsular contra Napoleón, y seguramente muchos de ellos conocían a algún soldado que había estado en España combatiendo, por eso el recuerdo de las hazañas de las tropas británicas acompaña gran parte de las anotaciones que Ford realiza para sus viajeros.

Ford era un hombre culto y en general describe con corrección, de acuerdo con el conocimiento de su época, la historia de las ciudades y de las tierras que visita. Hay varias rutas de libro que afectan a las tierras que conforman la actual provincia de Zamora, así como los territorios limítrofes. La visión de Ford sobre los habitantes del viejo reino leonés no es muy positiva ya que para él son, avisa al lector, "agricultores duros y sin apenas cultura (que) no cambian ni sus hogares ni sus costumbres; son gente rutinaria y siguen arando a la manera primitiva". A Ford debieron de tratarlo mal en Salamanca, ciudad de la que señala "no tiene siquiera una posada tolerable" y, demostrando el carácter contingente de todos los relatos, asegura que "la gastronomía no fue nunca ciencia ibérica, y aunque Salamanca ha producido cien mil doctores, nunca ha sido cuna de un solo buen cocinero". La capital charra, señala Ford, "es aburrida, dormida y fría" y se muestra muy crítico con su universidad, de la que señala que es "famosa por sus conocimientos inútiles y aburridos" y con unos profesores a los que no gustaba que "les interrogara un impertinente curioso, un extranjero que tomaban notas, porque es probable que vaya incluso a imprimirlo".

Aunque la imagen que tiene de Zamora ("lugar en decadencia" en el que "solo hay una posada pasable, en la Plaza de Santa Lucía") no es buena, señala empero que en la ciudad "hay mucha y muy curiosa arquitectura medieval, ahora tristemente decaída". Ford alerta al lector de que las comunicaciones en la provincia no son buenas, y la pobreza está muy extendida, en tanto que "los jornales son bajísimos y nadie dispone siquiera un ochavo para comprar algo". Pese a ello, el autor destaca la alta calidad de los productos agroalimentarios, señalando que "el trigo es una medicina" y que "este vino de Toro es muy superior a los que suelen vender en Inglaterra bajo el nombre de vino de Oporto".

Benavente, informa Ford al viajero, es "un lugar sin interés" y se detiene a recordar que, en San Román de Valle, donde "se excavan en las colinas de tierra blandas bodegas", las tropas británicas se emborracharon sin remisión en noviembre de 1810, para desesperación de sus mandos. Mirando hacia el oeste, Ford recomienda al viajero seguir el valle del Tera en dirección a Galicia, pero le previene de que "el camino dista mucho de ser bueno, sobre todo, después de Requejo a Monterrey", y que además "con frecuencia es imposible de pasar en invierno". Zona de contrabandistas, tópico que debía de hacer las delicias de sus lectores, Ford asegura que estos delincuentes "constituyen una quinta parte de la población masculina" en lo que hoy es el Partido Judicial de la Puebla de Sanabria. Precisamente, para los que quieran visitar Sanabria les recomienda que desde la Puebla "y tomando un guía local" (ya debía de haber una incipiente industria de servicios pre-turísticos) suban por el Tera al Lago, "laguna de cristal" y con truchas "de buen tamaño, inagotables en número", a las que compara en calidad con las de ríos galeses.

Al haber sido escrito poco tiempo después de la devastación francesa, el libro habla con testigos presenciales de aquella terrible ocupación y describe con detalle, por ejemplo, el lamentable estado del Panteón los Reyes de San Isidoro en León ("hecho pedazos por la soldadesca francesa"). De camino hacia el sur, recomienda encarecidamente el verdejo y muestra una buena opinión de Rueda, pueblo que le parece "una de las mejores ciudades de la comarca, ya que la gran cantidad de buen vino que se hace aquí es fuente de beneficios para los habitantes". Como curiosidad, y ya de vuelta a Madrid, Ford señala al viajero que el paso por el Guadarrama es relativamente reciente, ya que "la carretera, construida en 1749 por Fernando VI, sube al Puerto, donde un león de mármol marca la línea divisoria entre Castilla la Vieja y la Nueva". Un libro, en fin, con el que realizar un viaje en el tiempo hasta una España que entraba en la modernidad de mano de la regente María Cristina; una España, eso sí, vista a través de los ojos de un británico que contribuyó como pocos a formar esa imagen de un país apasionado, auténtico y libre que aún pervive en la mente de muchos de nuestros vecinos europeos.