enrique Rodríguez Boronat, un prestigioso traumatólogo alicantino de Alcoy que está pasando con su pareja unos días de vacaciones en Pajares de la Lampreana, se le abren los ojos de asombro cuando oye decir a su suegra: "Recoge las forfajas de la mesa y, cuando vayas a salir, no dejes espalancadas las ventanas del dormitorio y tranca la delantera". Exclama con una sonrisa pasmosa, como si acabara de aterrizar en un planeta: "Yo con vosotros alucino". La suegra, una mujer alegre y vivaracha que ronda los 88 años, le espeta tan fita: "Pues ya ves, aquí somos muy nuestros y hablamos como aprendimos de niños".

Ese vosotros son la suegra, la pareja pajaresa del alcoyano, un sobrino que anduvo pastoreando con cabras y ovejas y el periodista, que se dedicó durante varios años a recopilar unas palabras antiguas, muy enraizadas todavía en el habla cotidiana de personas mayores. Nos dan las tantas después de cenar en el corral y salen a colación dichos, costumbres, refranes y parentelas.

Aclaro al estupefacto traumatólogo que forfajas, para denominar a las migas del pan, es una palabra de entronque asturleonés, arraigada en los pueblos de la Tierra del Pan, como arrosiar, que en castellano equivale a enrojar el horno. En Miranda do Douro la llaman "forfalhas", porque en este pequeño pueblo portugués, que en tiempos remotos perteneció a la diócesis de Astorga, perdura el asturleonés como lengua cooficial y lo llaman mirandés

Le comento que el origen de la palabra espalancadas, referida a puertas y ventanas abiertas de par en par, puede ser un italianismo, porque en italiano se usa "spalancare" con el mismo significado ( "non lasciare la finestra spalancata"), pero con una diferencia: en la Tierra del Pan únicamente se emplea en sentido material -de puertas y ventanas-, mientras que en Italia se usa también en sentido figurado: "spalancare gli occhi" (abrir desmesuradamente los ojos) y "spalancare gli occhi dalla maraviglia" (abrir los ojos ante tanta maravilla).

También al asombrado alcoyano, avezado en peleas entre moros y cristianos y en enderezar columnas humanas desajustadas, le fascina esta riqueza lingüística en un pueblo zamorano. La tertulia se prolonga. El frío de la media noche demanda alguna prenda y dejamos reposar los léxicos mientras nos arropamos. La reanudamos después de observar el trasiego de aviones sobre nuestras cabezas. "Un día se cae un bicho de esos y al camino Villarrín", dice el sobrino. Ríe Enrique y comenta: "Ya empezamos". Hay que explicarle que es una expresión irónica para indicar el cementerio, que se encuentra en dirección a un pueblo llamado Villarrín de Campos. Me viene a la mente decirle que allí todos tenemos asignada una pequeña parcela de siete pies, pero no quiero torturarle. Podría comentarle que de Villarrín vienen todos los años al pueblo "los penitentes" para cumplir un antiguo voto a la Virgen del Templo, patrona de Pajares de la Lampreana y de la Tierra del Pan, pero estimo prudente dejarlo para otra noche.

Si Enrique nos contara las proezas de las luchas entre moros y cristianos en su Alcoy natal, nos dejaría tan embobados como está él en un pueblo cerealista, que en estos días, en vísperas ya de la gran feria de septiembre, bulle y rebulle con peñas, jolgorio y desenfado. Alguna magia tendrá cuando el alcoyano pensaba estar por aquí unos días y lleva ya dos semanas. "Y lo que te rondaré, morena", dice su suegra con orgullo. "Es que -asegura-, os digo la verdad, yo aquí lo paso fenomenal. El aire, la gente y vuestras palabras me elevan a una nueva dimensión. No cambiéis nunca, que vivir en un pueblo así -se enternece- es una gozada".