Cada vez más tengo la impresión de que solo la independencia catalana pondrá fin a la permanente matraca catalanista. No digo que crea que esa sea la solución ni que piense que la misma va a llegar a corto, medio o largo plazo. Deseo y confío que no sea así. Lo que manifiesto es que esa es la percepción que cada vez más tengo, lo cual me lleva al convencimiento de que el elemento esencial de la estrategia, hasta ahora exitosa, de los independentistas es vencer por agotamiento del rival.

Lo pienso más vivamente desde que hace algún tiempo mantuve una conversación con una histórica integrante de Esquerra Republicana de Cataluña, que ratificaba lo que cada día vemos en la prensa, escuchamos en declaraciones y contemplamos en las actuaciones. En ella me señalaba que lo suyo no es una cuestión de referéndum, ni de 155, ni de quién sea o deje de ser presidente de la Generalidad catalana. Esos detalles quedan para los burócratas burgueses de Convergencia o como en cada momento se llamen. Lo suyo, así lo entiende ERC, es solo una cuestión de tiempo. Cinco, diez, quince años, da lo mismo. No es el plazo lo esencial sino alcanzar el objetivo, de lo cual no albergan ninguna duda.

Cito a ERC porque representa el elemento troncal del independentismo desde su fundación en 1931 durante la Segunda República y con la única excepción del corto periodo de Josep Tarradellas, frontalmente contrario a las ideas de independencia y autodeterminación, con la llegada de la democracia.

Al margen de las tácticas aplicadas en cada momento, nadie puede negar que la estrategia resulta exitosa. Pese a los aparentes titubeos, a los pasos atrás en determinados momentos o a las dificultades e inconvenientes, objetivamente el camino hacia la independencia no solo sigue adelante sino que lo hace incrementando paulatinamente la aceleración. El estatus de la materia hace veinte años hubiera sido impensable hace cuarenta, cuando se promulgó la Constitución. El estatus actual era inimaginable para cualquiera hace veinte años y para muchos -incluidos casi todos los políticos nacionales-, un escenario de ciencia ficción hace tan solo diez, que es como decir ayer mismo.

Estando así las cosas lo único que ahora mismo resulta impensable es que la estrategia independentista no culmine su apuesta con éxito. Quienes siguen negando la evidencia son los mismos que, abdicando de su responsabilidad social, política e histórica olvidan, quien sabe si por comodidad, egoísmo, cobardía o inepta mediocridad, que la única forma de asegurar, casi con certeza absoluta, el triunfo de una estrategia es evitar oponerle otra estrategia en sentido contrario. Y esa es la situación de los últimos cuarenta años en España. Hoy, más que nunca antes. De un lado estrategia por la ruptura en la que incardinan todas sus líneas políticas y permanentes rupturas parciales de la legalidad. Del otro, solo bandazos y políticas de control de daños propios.

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