Al inicio de cada curso suelo hacer una pequeña actividad con los estudiantes que se matriculan por primera vez en alguna de mis asignaturas en la Universidad. Con una sencilla pregunta ( "¿Quién eres?") intento que se definan a sí mismos para comprobar hasta qué punto son conscientes de que lo que son o dicen ser está condicionado por el entorno social. Las respuestas, sin embargo, suelen ir en otra dirección, mencionando sobre todo el nombre de pila o destacando algún rasgo de su personalidad, es decir, lo típico que uno puede esperar ante una pregunta aparentemente tan simple. No obstante, llama la atención que prácticamente nadie se define a partir de los rasgos biológicos, sociales o culturales que ha ido incorporando a través del proceso de socialización. Decir que es hombre o mujer, gay o lesbiana, cristiano o ateo, salmantino o zamorano, madridista o atlético, amante de los gatos o de los perros, etc., suelen ser aspectos que se pasan por alto, como si no fueran propiedades sustanciales que nos definen a u

Como es lógico, yo también participo en la actividad práctica y cuando llega mi turno, que siempre es al final, tras haber escuchado atentamente las intervenciones de los estudiantes, comparto con ellos mis respuestas a la famosa pregunta. Aunque cada curso académico suelo incorporar algunas revelaciones personales novedosas, siempre hay una que repito de manera intencionada: "Yo soy de pueblo". Es más, la declaración no solo la verbalizo sino que la escribo también en la pizarra, con letras muy grandes, para que se vea desde todos los rincones de la clase. Pues bien, las caras de asombro que muestran muchos estudiantes al escuchar y leer la respuesta son dignas de análisis y observación. Que alguien declare abiertamente que es de pueblo, así, sin más, descoloca, sorprende y desconcierta. Y más si lo expresa públicamente un profesor el primer día de clase o, también podría ser, cualquier persona que sienta sus posaderas en los bancos de las aulas universitarias. Porque claro: ¿qué significa ser de pueblo? Esa es la cuestión.

Cada uno sabrá lo que entiende por semejante declaración. Algunos pensarán que se sigue correspondiendo con los atributos que hasta hace cuatro días uno podía leer en el diccionario de la Real Academia Española ("inculto, tosco, apegado a cosas lugareñas"). Por el contrario, otros se molestarán por una visión tan caduca y defenderán, con uñas y dientes, que esos atributos son obsoletos, desprenden un tufillo de superioridad preocupante y, por consiguiente, no se corresponden con la realidad actual de los pueblos y mucho menos con las características de la inmensa mayoría de quienes aún siguen residiendo en estos núcleos de población tan particulares. En mi caso, cuando declaro abiertamente que "yo soy de pueblo", lo hago porque soy incapaz de desprenderme, para bien o para mal, de muchas de las cosas que mamé mientras vivía en mi pueblo. Sus recuerdos me siguen acompañando y, créanme, soy incapaz de mandarlos al contenedor de la basura. Por eso, cuando recorro los pueblos de Zamora, regresan con fuerza. ¡Y me encanta, claro!