Más o menos, todos sabemos que esta expresión popular la utilizamos para referirnos a la actividad de mostrar y vender productos de imitación y falsificación en la calle para venderlos a precios muy por debajo de los originales. Por lo tanto estamos hablando de una actividad ilegal. Actividad que, cuántas veces, en los últimos tiempos, se desarrolla frente a los comercios tradicionales que venden las marcas originales. Comercios que pagan sus impuestos, que están sujetos a inspecciones de todo tipo y al control de la Agencia Tributaria y del Ayuntamiento de su ciudad.

Los manteros sólo tienen un control, la cada vez más relajada inspección de la Policía Municipal, hablo de ciudades como Madrid y Barcelona, y la orden de sus respectivas alcaldesas, Carmena y Colau, de que hagan la vista gorda, de que miren hacia otro lado, de que dejen a los manteros campar por sus respetos. Consecuencia: en Barcelona a Colau se le ha ido de la mano y en Madrid, a Carmena, está a punto de ocurrirle tres cuartos de lo mismo.

Los buenistas han salido a defender a los 'pobrecitos manteros' que hacen lo que hacen por una cuestión de "supervivencia". ¡Anda, coño! y los comerciantes ¿por qué están al pie del cañón? Por una cuestión de supervivencia. Sólo que los comerciantes pagan, a veces demasiado, y los manteros no. Eso es lo que tiene abrir las puertas a todo quisque y hacerles creer que hay trabajo para todos y por lo tanto pan, para todos, autóctonos y foráneos. Que dejen de mentir. Que aterricen sobre la realidad y que acaben con esta invasión que, concretamente en Barcelona (me he tragado todos los programas al respecto emitidos por distintos canales de Tv) no sólo cambian la fisonomía de la ciudad, si no que espantan al turismo y tienen a los vecinos en pie de guerra.

En el metro de Barcelona y en tantas arterias ciudadanas céntricas, no se puede dar un paso por las aceras, copadas literalmente por los manteros. Ya no salen escopetados ante la presencia de los municipales. Algo de connivencia hay entre la autoridad política y esta gente que, sin lugar a dudas, tienen derecho a vivir y a trabajar como los demás, pero con un trabajo digno. Y no que a la indignidad de ese trabajo en concreto hay que sumar cada vez más episodios de violencia que están convirtiendo a ciudades como Barcelona en lugares inseguros, donde el miedo reina. Hay que dejar de apelar a la pena. Hay que acabar con las mafias que están detrás de este negocio. Porque es un negocio sustancioso.

La Ciudad Condal registra a día de hoy 2.500 manteros. En la capital de España, en Madrid, la presencia de los manteros ha crecido considerablemente, concretamente un 75%, son datos policiales, es decir, no hablo de oídas. El top manta nada tiene que ver con la venta ambulante, totalmente regulada en mercadillos. También se rebelan ante esta situación aquellos que pagan por establecer su estaribel en la calle y encima tienen constantemente encima a la Policía Municipal pidiéndoles papeles y permisos. En Zamora está situación no se produce, pero sí en muchos puntos de España donde ha empezado a ser un verdadero problema, incluso de convivencia. Que los buenistas no olviden que el top manta es una actividad ilegal y que venden productos falsificados. Y si no que pregunten al comercio tradicional.