Hace pocos días acudí a urgencias, la muela del juicio tiene disposición guerrera, de madrugada el dolor era insoportable, y además la mejilla estaba vencida por una importante inflamación, apenas se distinguía el ojo. Sollozando llegué al hospital, en mi interior iba rezando salmos funerarios, la hipocondría es así, en cualquier dolor o síntoma percibe amenaza de muerte.

Ya sentada en la sala de espera con la serena palidez del silencio cerré los ojos y para contrariar al dolor me puse a pensar. No iba a vencerlo, para cuestiones así se emplean medicamentos, no pensamientos; dentro de mí con tono imperativo se iba gestando una disputa potente con la vida y no quise dominarla, al contrario, la dejé a libre albedrío.

La enfermedad no tiene vacaciones, subyuga y ata tanto, que el enfermo, en muchas ocasiones es esclavo de ella. Y sí, la misión de la enfermedad es aguardar su mejoría, muchas veces, el paciente está convaleciente durante mucho tiempo, tumbado en la cama acaricia la esperanza, y a la vez tiene grandes diálogos con la contradicción.

Nacemos mártires, sin darnos cuenta de ello, ya se encarga la vida de colaborar con la explicación. En los momentos difíciles algunas palabras cambian de forma, alcanzando fecundos significados: paciencia, afecto, fe.

Es verano, para la mayoría una estación de descanso, el buen tiempo es sangre caliente que refrigera muchas alegrías dormidas, desde encontrarle nuevas proporciones al amor a redescubrir lo maravillosa que sabe la paella al lado del mar. Ya, pero cuando estamos bien, no pensamos en muchas opresiones que tiene la vida, entre ellas la enfermedad. En los hospitales también sale el sol, de otra manera; las personas convalecientes lo saben. El propósito y el esfuerzo es paisaje natural del ser humano, a las personas que están sufriendo me gustaría decirles que luchen, estar reposando en un hospital es una circunstancia, que superada, le aportará a la vida serenidad y grandes enseñanzas. El sufrimiento atestigua nuestra fortaleza, es amigo, no es enemigo, nos infunde valor, nos separa el cuerpo de los sentidos, y nos anuncia que aunque algunas almendras son amargas, el resto son maravilla de la creación.

El hombre que aprende a sufrir no necesita fingir. En los hospitales no se disimula el sufrimiento, la mayoría de los pacientes a pesar de padecer, no se dan por vencidos, saben que el miedo es un perro de presa con ansias de atacar. Está ahí, pero ni lo miran...

Después de acudir a urgencias, me aconsejé ir al dentista, ya he tenido varios intentos, pero por motivos absurdos, al llegar a la puerta de la consulta siento ganas de correr. Y corro, en sentido opuesto, con la facultad de la razón alterada y calzando unas zapatillas con suela recubierta de fobia.

Me gustaría terminar con unos versos de Baudelaire, me parecen una excelente forma de concluir el artículo de hoy.

"Ángel de salud lleno, ¿sabes lo que es la Fiebre, Que a lo largo del muro del lechoso hospital, Como los exiliados, marcha con pie cansino, En pos del sol escaso y moviendo los labios? Ángel de salud lleno, ¿sabes lo que es la Fiebre?".

Por cierto, las cosas humanas siempre están entremezcladas con la poesía.