Debe ser muy difícil encontrar una persona normal, o lo que, en otros términos, podría decirse que es seria, trabajadora y honrada, porque los hechos así lo demuestran. Determinado partido no acaba de salir de un caso de corrupción generalizada, cuando le aparece un alcalde que habla por teléfono de cosas que le huelen a chamusquina a los jueces, o le surge alguien que adjudica un contrato a dedo, casualmente a uno de sus familiares o amigos, o un ex ministro que se queja amargamente de estar en la cárcel, por un quítame allá unos milloncejos. En esta ciénaga de miseria y falta de moralidad, a estos personajes se la trae floja que se les ponga de hoja perejil. De hecho, anteponen, en su ranking particular de valores, la acción de la justicia a la moralidad de sus actuaciones, dejando así ver su perfil y su talante. Son personajes a los que parece no importarle practicar el tráfico de influencias, o el arte de malversar, o el de prevaricar y, si llega el caso, practicar el cohecho, lo que mejor les pueda venir en cada situación.

La película posterior al momento de ser pillados en bragas siempre es la misma: "mientras los jueces no digan nada somos inocentes". Dicen eso con la esperanza que los magistrados no encuentren restos de las heces que han ido dejando por los despachos o de los olores de los ordenadores. Y cuando los jueces llegan a decir algo, cuando abren un expediente e instruyen una causa, entonces dicen que son perseguidos, porque aquel juez instructor comulga con las ideas de otro partido que no es el suyo. Solo cuando el expediente ha pasado por un montón de juzgados, incluido el Tribunal Supremo, empiezan a admitir que tienen entre ellos a un montón de individuos con gastroenteritis aguda.

Son tantos los casos de corrupción, ya sea por activa, por pasiva o por perifrástica, que no hay quien llegue a creerse ese mantra que pretenden imponer que el partido no tiene nada que ver en el asunto, sino unos determinados individuos que pretenden hacerle daño. Pero las epidemias se manifiestan a partir de un determinado número de enfermos, y en los casos de corrupción ese número ya se ha superado hace tiempo. De manera que si lo que existe es una epidemia, pues en algún sitio deberá estar el foco de la enfermedad que se está trasmitiendo, ya que llega a todas partes, arriba o abajo, o de manera transversal si llega el caso.

¿Pero tan difícil es encontrar a alguien que haya aprobado sus estudios normalmente, con suspensos en junio incluidos? ¿Tan difícil resulta encontrar a alguien que desempeñe su trabajo como todo el mundo, fichando a la hora, criticando a su jefe y cumpliendo con las normas establecidas en su puesto de trabajo? ¿Tan difícil es dar con alguien a quien le repugne la corrupción, y ayude a que la cosa no pase a mayores?

Pues debe ser muy difícil, al menos en el mundo de la política, y en especial, por lo que se lee, en determinado partido, porque raro es el día que no aparece alguna muestra escatológica que lo confirma. ¿Pero tan difícil es hacer un examen previo a aquellos que pretenden ser sus líderes, y a aquellos otros que están destinados a ocupar cargos importantes en las instituciones del estado, para ver si cumplen con los mínimos? Pues debe ser que sí, porque a las pruebas nos remitimos. Aunque bien es cierto que si el que pusiese el examen fuese algún catedrático que le diera por mercadear con títulos académicos, probablemente tampoco serviría de mucho. La cosa es grave, porque ya hace tiempo que pasó la fase de ser importante. Pero ello no es óbice para que alguno se permita la frivolidad de hacer chistes comparando el valor universitario de un máster para adultos, con la corrección de los ejercicios de un niño de la EGB.

"Corrupción divino tesoro" parece ser el lema de algunos partidos. Lema que sustituye a aquel otro que nos repetían nuestros abuelos, cuando llegábamos tarde a casa o hacíamos alguna trastada, para disculparnos ante nuestros padres: "juventud divino tesoro". Aunque aquel de la "juventud" llega a desaparecer en algún momento, cuando el nivel de testosterona va disminuyendo en los hombres y los estrógenos les incordian a las mujeres. Pero el lema de la corrupción parece que va para largo.