En verano conviene leer. Un ensayo sobre el Danubio bajo una higuera en el pueblo. Una novela sobre los anhelos de un joven pianista en Brooklyn, la vida de Woody Allen, una historia negra protagonizada por un filatélico con tres testículos en la antigua RDA o un tratado sobre la vida cotidiana en Grecia, en el que aprendemos que muchos llevaban las monedas en la boca, a modo de monedero.

En verano conviene leer tras la siesta, cerca pero suficientemente lejos del aire acondicionado, tumbado en el sofá, la tele puesta pero sin voz, un café o licor al lado, ausencia de moscas, lavavajillas, niños y berridos. Tapas blandas. Conviene leer con el móvil cerca para no oírlo mejor. Ayer probé a apagarlo, pero había olvidado donde estaba el botón para hacerlo. Como estos aparatos son cada vez más grandes tardé un buen rato en encontrarlo, dado que comencé por el sur, cara frontal y resultó que estaba en el norte, reverso. A veces leo con un mapa al lado, si bien con tanto territorio de fantasía he acabado construyendo mi propio globo terráqueo, que es más bien un cuadrado donde están los países en los que se juegan los tronos, las naciones del nunca jamás, los impronunciables territorios de Faulkner, Macondo, la Región de Juan Benet, Celama, el llano en llamas o la ciudad de los prodigios. El Madrid de Mesonero Romanos o la Rusia de Tolstoi. Conviene leer incluso un prospecto, con su letra menuda y sus admoniciones, advertencias y contraindicaciones. A veces un prospecto es tan interesante que no quiero que se acabe. El capítulo "posología" suele ser fascinante. Yo hubiera querido ser redactor de prospectos, para adornarme con una prosa seca pero efectiva, de cuidada adjetivación y salpicada de términos científicos y coloquiales. Conviene leer el diario de alguien, el de Gaziel en París en 1914 o el de William Shirer en el Berlín nazi, o el de Kafka o el de una supuesta y procaz adolescente que narre su erotomanía siendo en realidad un volumen redactado con seudónimo por un bigotudo moravo con alopecia e hipertricosis capaz de matar de un bofetón a una mula.

Qué se yo, conviene leer por ser ahora la época del año en la que uno más tiempo tiene y más puede alejarse de preocupaciones que ocupan y desasosiegan. Leer espanta el calor, si bien da calor leer el parte meteorológico. El que no lee se entrega a una ignorancia autoelegida, decía Confucio. No te confundas y lee me decían a mí en el cole. Siempre me hizo gracia la expresión "estar harto de coles", que no tiene nada que ver con el asunto de esta columna, aunque seguro que tal expresión la sabemos por haberla leído. Pueden ser coles de Bruselas, que creo recordar salían en una novela de Vázquez Montalbán. Conviene leer.