Cuando se fingen sentimientos o virtudes contrarias a los que verdaderamente se tienen, te conviertes en un hipócrita. Eso mismo le ha pasado hace unos días al nuevo presidente del PP, Pablo Casado. Quiso aparentar algunas cualidades que ni él ni su partido han poseído nunca. En la explicación de la postura que defienden frente a la inmigración, comenzó diciendo: "Nosotros somos solidarios con quien lo necesita". Le faltó decir que ellos decidirían sobre esto último. En fin, ya desde la época de Aznar se han manejado en un problema tan delicado y complejo con bastante ligereza, con mucho desprecio a la intrínseca dignidad de todos los seres humanos - véase la Declaración Universal de los Derechos Humanos - y con inmensa hipocresía. Parecen no darse cuenta de que sus declaraciones son muy peligrosas, pueden provocar en parte de la población estados de opinión contrarios a personas de otra procedencia o emociones controvertidas que dificultarán las necesarias relaciones interpersonales con todo el mundo. El hipócrita Pablo Casado se atreve además a mentir, con tanto desparpajo como cuando hablaba de los trabajos de su fraudulento máster en la Universidad Rey Juan Carlos, decía que había un millón de inmigrantes esperando en las costas libias para tomar una nueva ruta a través de España, además, otros cincuenta millones de africanos aspiraban a tomar el mismo camino. Como vemos, grandilocuentes vaguedades, inconcretas y terribles amenazas para engordar aún más el clima xenófobo que se extiende por Europa. Cuando descendemos de las soflamas partidistas y electoralistas y nos atenemos a los datos encontramos que la oleada de refugiados de 2015, cerca de 1,5 millones, más los inmigrantes económicos, apenas provocaron incidencia alguna en la economía europea y sobre el mercado de trabajo su efecto fue cercano a cero, según el profesor de economía de la Universidad Carlos III, Luigi Minale. Si nos atenemos a otros factores como fiscalidad, innovación o rejuvenecimiento demográfico, el efecto neto de los inmigrantes ha sido positivo. Coinciden todos los economistas en que un crecimiento de la población lento o negativo, como ya ocurre en algunos países como España, acaba rebajando el nivel de ingresos, por eso, como advierte el economista de Berkeley, David Card, "Las políticas antiinmigración serán contraproducentes y acabaremos viendo una ralentización del crecimiento en el futuro". Ya no es verdad, si es que en algún momento lo fue, que si hubiera menos personas en nuestro país cada una tendría más ingresos. No es cierto a poco que nos atengamos a los hechos y a los datos contrastados, no al cutre discurso de la xenofobia que podría resumirse en el lema: "España para los españoles".

Resulta muy preocupante el giro que se está produciendo en varios países europeos hacia posiciones ultraderechistas. Gobiernan en Polonia, Italia o Hungría y son determinantes en muchos otros, como Austria o Alemania en donde la canciller Angela Merkel, partidaria de acoger a la inmigración y a refugiados sirios, se ha visto obligada a establecer un férreo control fronterizo en el sur de su país por imposición de un socio de gobierno democristiano. Todo esto supone una grave amenaza a la convivencia y la diversidad. El discurso xenófobo está acabando con el espíritu integrador con que nació la Unión Europea. Se trataba y se trata de proteger la vida de cuantas personas vivan o lleguen a ella, de combatir el racismo y la xenofobia, de no permitir nunca más que anide entre nosotros el fascismo. Pero tenemos malas noticias, nos llegan de Italia - allí surgió hace un siglo la ideología de carácter totalitario y antidemocrático llamada fascismo - de la mano de un protofascista llamado Mateo Salvini, también de Hungría, en donde su primer ministro Viktor Orbán, ultranacionalista, presume de mantener a raya a la inmigración y se ríe de los valores europeos, e incluso desde España también lanzamos preocupantes nuevas, el partido conservador elige a un nuevo líder que emula a los ultraconservadores anteriores y que pretende neutralizar al otro gran hipócrita de la política española, Rivera, líder del partido Ciudadanos, ganándole en lo más zafio que define a los dos: el odio al extranjero. En fin, preocupante.

Como decía Carlos Giménez, catedrático de Antropología Social de la Autónoma de Madrid, en una reciente conferencia: "señores xenófobos, ustedes están rompiendo la convivencia además de ocasionar un derroche económico que nos empobrecerá". Propone neutralizar el discurso xenófobo abogando por una sociedad intercultural que distinga claramente los valores comunes, como la seguridad en el ejercicio de nuestros derechos o el respeto activo, los valores propios de otros grupos, véase religión o traiciones y los contravalores, que son aquellos que no respetan los anteriores. Afirmó que faltan espacios de relación improbable, no resulta fácil establecer lazos con personas fuera de nuestras familias, amistades o entorno laboral.

Sin duda el marco educativo debe romper los binomios que estructuran nuestro mundo: payos-gitanos, migrantes-nacionales, blancos-negros, ricos-pobres, Madrid-Barsa, etc. También tenemos que desvincular el derecho de ciudadanía de la nacionalidad, así se disuelven presuntos agravios y otros grumos que los nacionalistas nos quieren hacer tragar.

Ya termino, no hace falta defender a los inmigrantes, basta con respetar los Derechos Humanos.

Feliz verano.