Circulan últimamente por las redes mal llamadas sociales mensajes que destilan auténtico odio contra el partido en el Gobierno y el que tiene a su izquierda.

Ignoro si son producto de algún taller ideológico del PP o sus aledaños, pero utilizan siempre similares insultos y despropósitos en lugar de argumentos racionales contra el rival político, convertido así siempre en enemigo.

Desde que Mariano Rajoy y su partido fueron desalojados del poder por la moción de censura que presentó Pedro Sánchez, cualquier medio es bueno para poner en cuestión la legitimidad del nuevo Gobierno.

En lugar de reconocer humildemente lo que habían hecho mal y comprometerse a regenerar un partido gravemente lastrado por los numerosos casos de corrupción, la nueva dirección del PP parece sólo empeñada en no dar cuartel a Sánchez y a los suyos.

No es nada nuevo: nos tiene la derecha acostumbrados a que, cuando está en el Gobierno, reclame a la oposición solidaridad y sentido de Estado, mientras que si se invierten las tornas, todos son palos en las ruedas de la izquierda.

Bajo su nuevo presidente, Pablo Casado, el PP ha endurecido notablemente su discurso para aproximarse en temas de policía e inmigración al de los líderes de la derecha más extrema europea como el caso del ministro del Interior italiano Matteo Salvini.

Casado sabe que lo tiene fácil, y haría muy bien la izquierda con tomar buena nota, pues basta con tomarse estos días una caña en cualquier bar de la costa andaluza para ver cómo cala en muchos su discurso xenófobo.

Dice Casado que "no es posible que haya papeles para todos" y que "España absorba a los millones de africanos que quieren venir a Europa".

No se puede rebatir lo primero, pero exagera y trata sólo de asustar a sus conciudadanos al hablar Casado de millones que, hambrientos, tratan de llegar a nuestras cosas.

Es el mismo discurso de la Lega italiana, de Salvini, de Alternativa para Alemania, del Fidesz del húngaro Viktor Orbán, o del igualmente extremista Partido de la Libertad de Austria.

Agitar el miedo al inmigrante, acusándole de querer sólo beneficiarse de unos servicios públicos financiados con nuestro trabajo y nuestros impuestos, da ciertamente frutos electorales aquí y en cualquier parte.

Y eso es lo que debe valorar la izquierda porque si no se explican muy bien las causas reales de lo que sucede, si se deja que la derecha imponga su discurso demagógico y enfrente a unos pobres con otros, puede aquélla dar ya la batalla por perdida.

Y la primera víctima será - lo está siendo ya en muchas partes- la democracia. ¿No es nada que importe a Bruselas?